Tuve que abandonar mi residencia de Crespo por motivos de salud. Graves problemas respiratorios me prohibían vivir como lo había hecho en los últimos tres años con el bombardeo permanente de polvo y arena de las obras del túnel, agudizado por las constantes brisas y las sacudidas sísmicas de la maquinaria pesada. Había residido allí durante 14 años, en un bonito edifico cuyos apartamentos miran hacia la playa y el mar.
La decisión “superior” de construir un túnel en ese frente de playa trastornó el hábitat de los residentes en ese sector. Sigo creyendo que había una alternativa razonable, pero no favorecía al consorcio: ampliar la Calle 70 mediante la compra de predios y la protección de las playas y la zona costera con un bien diseñado sistema de espolones.
Los ciudadanos deberían hablar públicamente de todo lo que afecta su manera de vivir, para bien y para mal. Que es precisamente lo que no se ha hecho con el impacto que han causado entre los residentes del sector las obras del túnel. No se ha hablado de los daños que puede haber causado en la estructura de los edificios, amén de la disminuida calidad de vida y la expulsión de centenares de familias de unas playas de uso popular y no de uso privado de los residentes, como se quiso decir.
La construcción del túnel acabó en la polémica conocida: unas obras con irregularidades que atrasaron la entrega y la construcción de un adefesio llamado puente, aplaudido sin embargo por el Sr. alcalde de la ciudad. Crespo dejó de ser aceleradamente lo que era. Tal vez tenga ya otra dinámica económica, tal vez los negocios inmobiliarios sean más prósperos, pero no tendrá ya ese entrañable aspecto de barrio ni la amabilidad de una arquitectura de casas familiares y edificios de no más de cuatro pisos.
Al abandonar Crespo, me vine a vivir a El Cabrero: de espaldas al mar, dando la cara a la laguna. Desde un balcón miro tres cuartas partes de la circunferencia de la ciudad: a la derecha, el centro amurallado y los confines de Bocagrande, un poco a la izquierda las torres de Mangattan, el Castillo, la Popa y la Cartagena que se extiende hacia el este y el oeste. A mis pies, la laguna, que se adelgaza a la izquierda, partida en la cintura en el caño Juan Angola, donde parece morir de asfixia.
Es de todas maneras un paisaje impresionante. Veo la ciudad diversa. En diagonal, mirando hacia el Pie de la Popa, se levanta la tupida vegetación de orilla marina del que podría ser el más bello parque de la ciudad, el Espíritu del Manglar.
Este paisaje me consuela de la pérdida de Crespo. En algunos momentos de nuestras vidas, el paisaje es lo que está fuera y lo que crea un equilibrio deseado con lo que vive dentro de nosotros.
*Columnista
collazos_oscar@yahoo.es
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