En un lenguaje hermoso, sólo comparable al de la aviadora Ann Morrow Lindbergh en honor a su hijo Charles Junior, cuando fue secuestrado, la poeta Piedad Bonnett nos entrega el tributo a su hijo ausente, solitario que, con una enfermedad mental, voló a la eternidad en Nueva York, adonde fue a encontrarse con su otro yo, sin lograrlo, a donde trató de verificar si era cierto que la pintura y el arte, “ habían muerto”.
Para las madres que conocemos la incertidumbre y oscuridad que subyace a todas las enfermedades mentales, el libro “Lo que no tiene nombre” es una lección de valor para nombrar al comportamiento suicida, aún si designa a nuestro propio hijo.
La primera parte tiene forma de un diario íntimo. Realismo y desolación se intercalan para conducirnos al lento regreso que nos permita construir una nueva relación con ese amigo inigualable al que hemos amado como a nadie, y el que se acerca cada día a nuestras alas, buscando calidez, protección y cariño.
La relación del paciente con sus padres, novias, amigos y el universo, se mediatiza por una red de “mensajes” que el enfermo “debe” traducir a sus congéneres, ya que hay secretos de la naturaleza que sólo se le revelan a él y están vedados para los seres “normales”.
En medio de su lucidez y confusión, el paciente mental no parece encontrar el equilibrio, el famoso “camino de en medio”, que le permita disfrutar de la vida y comunicarse con su entorno. El duelo de su enfermedad lo siente más que nadie su propia familia, obstinada en protegerlo, pero ineficaz en rescatarlo, a no ser que el paciente acepte con rigor tomar sus medicamentos, el cambio hacia una vida sana, donde no quepan las drogas, el alcohol ni el trasnocho.
El libro de Piedad Bonnett es una ventana abierta por donde respira el espíritu de una madre, que ha perdido lo que más ama en el mundo: el hijo frágil, el hijo bipolar, el hijo esquizofrénico. El diagnóstico preciso es lo de menos: es sólo un rótulo con el cual muchos psiquiatras le cierran las puertas a la esperanza.
Uno nunca se imagina que el hijo que tanto amamos tendrá el valor de “liberarse” del sufrimiento con un salto al vacío que acabe con su vida. Pero todas las mamás que leamos este libro, debemos permanecer alertas para “estar allí” en los momentos delicados, para construir una “red de apoyo” que transmita toda nuestra fortaleza y logre el milagro de la redención.
A diferencia de otros deudos que levantan monumentos y graban lápidas para honrar a sus muertos, Piedad Bonnett bordó, sin la salida falsa de la culpa, un fino encaje para preservar la memoria de su hijo, Daniel. Y lo ha hecho con palabras, “porque ellas, que son móviles, no hacen las veces de tumba”. Ahora su hijo “vivirá en la conciencia de otros”…;
*Directora Unicarta
saramarcelabozzi@hotmail.com
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