Desde hace un tiempo vengo pensando que el verdadero problema que subyace tras la crisis de interinidad de Cartagena es el de una ciudadanía que no sabe votar.
Nuestros males más profundos en el ámbito de la gobernabilidad no comienzan con nuestros alcaldes suspendidos o investigados por las autoridades, ni son producto de las rencillas personales de un Procurador General de la Nación. No: desde un principio, a esta ciudad la hemos jodido los mismos ciudadanos.
Como votantes, no hemos sido capaces de usar las urnas a nuestro favor. Siempre votamos por los más ineptos, los más corruptos, los más avispados, los más politiqueros… Incluso en aquellas elecciones en las que definitivamente no había por quién votar, el voto en blanco nunca tuvo una opción real de triunfo.
A veces no sé si mirar las urnas como urnas o como objetos de tortura y de sumisión sadomasoquista. A estas alturas, confieso que me cuesta distinguir entre el sufragio y el sufrimiento auto infligido, pues la democracia en Cartagena, más que una herramienta para alcanzar el bienestar común a través de la participación colectiva, se ha convertido en un sistema fallido, en un triste compendio de errores cometidos por las multitudes.
Nuestra irresponsabilidad empieza cuando nos dejamos seducir por los candidatos que tienen las campañas políticas más ostentosas y faranduleras, es decir, aquellos aspirantes con más exposición mediática, con más cuñas en la radio y propagandas en la televisión, con más dinero para regalar camisetas y empapelar la ciudad con afiches y vallas publicitarias. No nos atraen los planes de desarrollo, nos atrae la maquinaria del espectáculo donde el candidato ganador es el que posee un eslogan de campaña populista y paga a cantantes famosos de champeta o reggaetón para que canten sus consignas políticas. Sin advertirlo, las casas políticas tradicionales –con sus contactos y cuantiosas sumas de dinero– nos han despojado de una política de las ideas y de los grandes discursos para acostumbrarnos a una política plutocrática en donde ganan aquellos que invierten más recursos en sus campañas. Ése es el origen de nuestros males y no le hemos puesto fin.
En las próximas elecciones, quizás sea conveniente que los cartageneros votemos por alguien que se postule con una campaña sobria, sin tanta publicidad política pagada ni comandos especiales. De esa forma, tal vez nuestros futuros candidatos puedan llegar al poder sin deberle nada a nadie, con el único compromiso de gobernar para satisfacer las necesidades de la gente. A lo mejor así sí nos duran cuatro años los alcaldes.
*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena
@orlandojoseoa
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