Columna


Paz y educación

JULIO ALANDETE

09 de julio de 2016 12:00 AM

El conflicto armado en Colombia es una máquina de destrucción, mató más de 200.000 personas dentro de las que hay niños, niñas y jóvenes que ya no podrán ir a la escuela. Todavía hay muchos que pueden ir, pero que la guerra los recluta y les cambia sus lápices por fusiles, sus globos terráqueos por granadas y sus loncheras por cantimploras.

Es el panorama que prima desde hace más de 50 años y llegó la hora de acabar la guerra, de decirle sí a la paz, para que los niños caminen juguetones y alegres rumbo a su escuela y que lo único que estalle en su andar sean globos llenos de aire, que jueguen en lomas de arena libres de sacos de polietileno y que en su escuela solo se arrojen al piso a hacer flexiones con su “profe” de educación física.

Para que los maestros no sean asesinados, no vivan amenazados y solo reciban boletas para ir al cine, o al partido de fútbol del momento, que tengan los medios, la libertad y autonomía para desarrollar sus clases.
Para asignar los recursos que la educación necesita y que la guerra le arrebató. Estima el DNP que  al finalizar el conflicto el PIB tendrá un crecimiento adicional de entre un punto y un 1,9 puntos porcentuales. Si asumimos un promedio anual de 1,45, equivaldría a aproximadamente $10 billones/año, con lo cual se podrían construir cerca de 85.000 nuevas aulas, cada año.

En un par de años se tendrían los recursos para que los colegios públicos vuelvan a tener jornada única, donde los estudiantes reciban 8 horas de formación y no 5 o 6 como hoy.

Dos horas de clase adicionales al día significarían 10 a la semana y en razón a que el año escolar es de 40 semanas, sumarían 400 horas al año, que al multiplicarse por 12 años (de preescolar hasta terminar el bachillerato), estaríamos hablando de casi 5.000 horas que bien utilizadas, sin duda, impactarán positivamente la calidad educativa.

En las próximas vigencias estos recursos adicionales que generará la paz podrían invertirse en ampliar la cobertura, hasta universalizar la alimentación escolar y mejorar su calidad; como también mejorar salarios a los docentes y su cualificación para transformar sus prácticas pedagógicas, impactando el aprendizaje.

La educación necesita la paz, pero la paz también necesita de la educación, para que la nueva educación garantice formar un ser humano íntegro, con buenas competencias básicas, científicas y ciudadanas, para que la democracia se viva y desarrolle y los conflictos propios de su dialéctica no se diriman con el horrible sonido de las bombas y las balas, sino con las palabras, los discursos argumentativos, el canto y la poesía.

jsalandete@gmail.com

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