Columna


Pecado y misericordia

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

09 de octubre de 2016 12:00 AM

“Dios no se cansa de perdonarnos, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón”: papa Francisco.

Este año Jubilar de la Misericordia que se acaba el 20 de noviembre, el papa Francisco nos invita a dejarnos perdonar por Dios. Aprovechémoslo para obtener la indulgencia plenaria, que es la remisión de nuestras culpas, nuestra alma quedará limpia y libre de toda pena y deuda, como recién bautizados.

Dios nos ama y desea librarnos de los pecados porque ellos nos hacen esclavos e infelices, nos hacen perder la gracia y la comunión con Dios y la dicha de participar con Él de la gloria eterna. ¿Qué podemos hacer para aprovechar el año de la misericordia?

Confesarnos con arrepentimiento, con un buen examen de conciencia y el deseo de no cometer pecado ni siquiera venial, atravesar alguna de las puertas santas de alguna de las Iglesias escogidas, rezar el Credo, recibir el valioso regalo del cuerpo y la sangre de Cristo, la sagrada comunión, y orar por la persona e intenciones del santo papa Francisco. Para las personas enfermas o encarceladas se puede hacer desde sus sitios donde están, ofreciendo su enfermedad y participando en la misa comunitaria o por la televisión y accediendo a la confesión. Practicar también las obras de misericordia.

Las lecturas de hoy* nos hablan de perdón, sanación, misericordia, gratuidad, fe y gratitud. Naamán es curado de la lepra, gracias a la mediación del profeta Eliseo, sin recibir nada a cambio, dándole toda la gloria a Dios. En el evangelio Jesús sana a diez leprosos y sólo uno de ellos le dio las gracias y por su fe, fue sanado completamente.

Naamán casi no obedece a Eliseo porque le parecía demasiado sencillo para ser eficaz, pero gracias a que atendió los consejos de un criado creyente, hizo lo que pedía el profeta y se curó de la lepra. Qué gran regalo el de nuestro Dios a través de su Iglesia, al quitarnos la lepra del pecado y darnos la gracia en la comunión, pero de pronto nos parece muy sencillo para creer, o no le damos importancia a semejante regalo para esta vida y para disfrutar la vida eterna. Acojamos ese tesoro.

Nuestra mayor lepra es el pecado, nos roba la paz en el corazón y nos hace ofender a Dios, nos endurece e insensibiliza en relación a los demás y nos hace poco solidarios.

Dice San Pablo: “Si morimos con él, viviremos con él; si nos mantenemos firmes, reinaremos con él”; nos invita a morir al pecado y nacer a la gracia y a trabajar por el reino de Dios y su justicia. Repitamos con Santa Faustina: “Oh Señor, deseo transformarme toda en tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti. Que este supremo atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón al prójimo”.

2 Re 5, 14-17); Sal  97; 2 Tim 2, 8-13);Lc 17, 11-19)

judithdepaniza@yahoo.com

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