Columna


Plegaria desde el vientre de mamá

HENRY VERGARA SAGBINI

26 de junio de 2017 12:00 AM

Sé que la justicia de los hombres ya te otorgó licencia para clavarme un puñal en las entrañas. Comprendo que estés confundida, pues casi todas las puertas permanecen cerradas haciéndote creer que yo no existo, que  solo soy una maraña de fibras y fluidos, depositada por azar en la oscuridad de tu vientre o tal vez, un granito de arena, insignificante e insensible, que a nadie importaría si lo arrojaras a la basura.

Pero tú sabes mami,  en el fondo de tu alma, que te estás engañando, que ya no  duermes tranquila, que no has vuelto a sonreír desde cuando planeaste asesinarme a mansalva, y no eres capaz de mirarte al espejo, pues me sentiste palpitar desde el primer instante. No lo dudes, estoy dentro de ti, añorando conocerte, preparando mis oídos para escuchar tus canciones de cuna y mi piel sueña con el bálsamo de tus caricias.

Sé  que desde aquella madrugada te cambió la vida para siempre. Aseguras que se derrumbaron tus sueños, tus ilusiones y que mis abuelos,  o tu compañero, no tolerarían ver tus caderas convertidas en inoportuno y sagrado pesebre. Pero ya estoy aquí y  no  por casualidad, dispuesto a florecer contigo, a  cosechar  senderos, caminos y estrellas. A pesar del temor que recorre  mis células y mi espíritu, aún sueño con mirarte a los ojos para encontrar mis propios ojos y aprender mis palabras calcadas a las tuyas, dormir en tu regazo, sin importar el frío de la noche, pues sé que tus manos de madre están ungidas con el más grande poder que existe en el universo: el amor.

¡Cuánto me gustaría secar tus lágrimas, acariciar tus canas, disimular tus arrugas besándote en la frente!

Sé que de nada valdrá esta plegaria silenciosa elevada desde tu vientre, decidiste cercenar mi luz y convertirme en sombra, pero te advierto, cada vez que te sientes a compartir la mesa con tus seres amados, una silla a tu lado permanecerá vacía por siempre.

Adelante mami, un verdugo de bata blanca manchada de sangre y lágrimas,  espera detrás de la  puerta y aunque no escuches mis gemidos, te imploro respetar mi derecho a germinar en ese mundo  que también me pertenece, a volar barriletes y sonrisas, a contemplar amaneceres, a escuchar las constelaciones y  a saciar mi sed de  manantiales y pupitres. Pero ya no hay nada que hacer y  no conozco la forma de evadir al carnicero. Pero debes saber que, por más filosa y brutal que sea la daga, permaneceré tatuado a tus recuerdos y a tu alma hasta el último de tus alientos y por siempre te seguiré llamando  “mamá”.

*Pediatra/Humanista
hvsagbini_26@   yahoo.es

 

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