Hace un tiempo, en calidad de defensora publica, tuve frente a mí a una usuaria que cargaba una niña en sus brazos y a su lado un pequeño de unos cuatro años.
Mientras ella me explicaba los motivos de su querella, el niño se desmayó y cayó al piso. Corrí angustiada a ayudarlo pero la madre me dijo que el niño lo que tenía era hambre, pues la noche anterior los pequeños lloraban porque no había nada para comer y ella llenó una olla con agua, le echó adentro unas piedras, la montó al fogón y con un cucharón comenzó a revolver para que sus hijos se calmaran y pensaran que pronto tendrían algo para cenar. Y con esa ilusión, los niños fueron vencidos por el sueño.
Esta historia cambió mi vida y los ojitos de ese niño jamás los he podido olvidar. Parece mentira, pero esa es la realidad de muchas familias en Cartagena.
Y eso sucede aquí en la Heroica, la misma que lleva el título de Patrimonio histórico y cultural de la humanidad, el puerto de grandes cruceros, el Corralito de piedra, la embajada de las reinas, la ciudad de cumbres y presidentes, el escenario perfecto del festival internacional de música clásica, del festival de las letras, del festival de cine; el destino turístico más hermoso del mundo…esa misma, es la segunda ciudad más pobre de Colombia (como lo certificó el DNP).
Este es el más absurdo de los contrasentidos, no puede haber una ciudad tan maravillosa, cuando la mayor parte de su población vive en la miseria.
Superar la pobreza debe ser el mayor imperativo moral de la administración, las corporaciones públicas, la empresa privada, los gremios y los contratistas. Pero al parecer, su prioridad está en ejecutar tres megaproyectos, que no dudo sean importantes para la ciudad, pero son billones de pesos invertidos en cemento (donde todos ellos ganan), mientras los hospitales infantiles de Cartagena reportan casos diarios de desnutrición aguda. Entiéndase, son niños al borde de morir de hambre.
Creo que el sistema ama tanto a los pobres, que los multiplica. Pero cómo no, si ellos son el vehículo para llegar al poder, pues van a las urnas movidos por su necesidad y cambian el voto por una bolsa de lentejas. Razón tenía Gandhi: “donde hay hambre, jamás podrá haber democracia”.
Pero más grave que la pobreza es la indiferencia de quienes tenemos el privilegio de comer todos los días porque hemos sido incapaces de decir basta de tanta injusticia y esto también nos hace culpables. Combatir la pobreza no es un acto de caridad con nuestros coterráneos sino un acto de justicia.
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