Columna


¿Por qué importa la política?

JAIME HERNÁNDEZ AMÍN

11 de febrero de 2017 12:00 AM

Hoy la democracia vive una epidemia mundial, cada vez creemos menos en nuestros dirigentes, cada vez votamos menos, y cada vez los políticos se alejan más del pueblo que representan para seguir intereses particulares. La política se volvió sinónimo de corrupción, engaño e incumplimiento. Pero ¿está la política mandada a recoger o es una práctica necesaria que debemos rescatar?

La política, o el servicio público, existe por tres razones: para corregir fallas del mercado, para arbitrar externalidades, y para decidir sobre el bien común.

El mercado es un excelente proveedor de bienes privados; estos son excluyentes y rivales, como una “empaná e huevo”; cuando la compras deja de existir una oferta de esta en el mercado, y mientras te la comes nadie más la puede consumir. Pero el mercado falla al ofrecer bienes públicos, como lo es el alumbrado público, estos son no excluyentes y no rivales, todos lo podemos utilizar al tiempo y el uso de una persona no disminuye el uso de otra. Bienes públicos, como aire limpio, carreteras o la seguridad, son cosas que debe ofrecer el gobierno y que no puede ofrecer el mercado, porque su existencia se fundamenta en una necesidad colectiva, no en una utilidad.

Una externalidad se da cuando un tercero se ve afectado indirectamente por la actuación de uno o más individuos, como el alto volumen de un “picó” que viene de una casa y que afecta a todo un barrio. Aquí debe arbitrar el Estado y determinar unas reglas de convivencia.

Finalmente, el bien común se refiere a primar el bienestar sobre el beneficio, y definir temas como el uso del espacio público, estableciendo si el beneficio de un negocio al usufructuar una plaza justifica la limitación del uso de ese espacio por el resto de la ciudadanía.

En mi opinión la política importa, y mucho, porque de nada sirve tener todo el dinero del mundo si se vive rodeado de miseria e ignorancia. Debe existir un ente regulador que haga respetar, bajo el uso legítimo de la fuerza y un buen servicio de educación, unas reglas de juego que construyan una sociedad en la cual podamos desarrollarnos libremente sin necesidad de limitar de la misma oportunidad a otros.

En un mundo donde el dinero se ha vuelto el mayor referente de éxito, el honor al servicio público dejó de ser un objetivo de utilidad. El propósito es o enriquecerse, o manejar el poder para que otros lo hagan. Pero no hay mayor honra que sentirte útil a los demás, por eso debemos rescatar los valores que hicieron alguna vez de este oficio un estandarte del desarrollo humano, cosa sólo posible mejorando nuestra educación.

jaime.hernandez@sciencespo.fr

 

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