Columna


¿Por qué no?

RAFAEL VERGARA NAVARRO

17 de noviembre de 2018 12:04 AM

Ir al sur transitando por la vía Perimetral invita a valorar la dimensión poblacional de la zona Suroriental, su pobreza y miseria extrema, la informalidad, el ambiente degradado, el riesgo de inundación y la deficiente gobernanza. También su potencialidad y avances.

Conexión esencial del norte y el sur, diseñada para tener 14,2 kilómetros y bordear la ciénaga de la Virgen, solo se construyeron 3,5 k y urge terminarla para detener la tragedia anunciada de quienes sobreviven entre las aguas.

El relleno hidráulico de la construcción de la vía lo motivó, además de favorecer movilidad y conexión, frenar la invasión del espacio manglárico y generar espacios públicos.

La batalla se está perdiendo porque más allá de lo construido, invasores descarados siguen vendiendo las aguas y el riesgo como “suelo” para que los “condenados de la tierra” levanten su frágil vivienda. La informalidad e insalubridad, el hambre, la poca identidad con el entorno y la ciudad, son el horizonte de los desplazados.

Partiendo del 7 de Agosto y San Francisco (UC3), la vía perimetral estructura La María, La Esperanza, La Candelaria y Boston (UC4); República del Líbano, Olaya sectores Rafael Núñez y 11 de Noviembre, unidades comuneras que concentran el mayor núcleo poblacional de la ciudad, 46 %, la cadena de barrios alrededor del cerro y orillas adentro de la ciénaga.

Ante tan majestuoso frente de agua, la ventaja de la vía de acceso y movilidad contrasta con la evidente incultura ciudadana y ausencia educativa y protectora del Estado: ‘zonas verdes’ que no son, paseo peatonal, ciclovía y luminarias destruidas, un ambiente degradado por la basura y malos olores.

El espacio de uso y apropiación para el deporte, o lo que fuera diseñado como sitios de observación, en nada se diferencian del entorno precario de la vivienda y los barrios por donde se transita.

¿Es justo ignorar la crucifixión de un ecosistema, una inversión, y que la comunidad siga en la desesperanza, el abandono, en el más de lo mismo?

¿Existiendo espacio, por qué en vez de peladeros no pueden existir canchas de fútbol, de béisbol o canchas múltiples para los jóvenes?

La inseguridad no es argumento para dejar de potenciar la creatividad construyendo una concha acústica, un área múltiple para las artes integradas al ejemplar ICBF o al arborizado colegio Jorge Artel.

Propongo la reconstrucción asistida de los espacios de satisfacción social y de uso que muestran el abandono y la incapacidad.

¿Por qué en conjunto con el sector privado no impactar y cambiar el entorno de La Esperanza y el Puerto de Pescadores y la vía?

Además de exigir enterrar las redes eléctricas, propongo que el Estado esté siempre allí para mejorar la condición de vida, transformando los códigos de relación informalidad-inseguridad, con obras de calidad y paisajismo.

“¿Es justo ignorar la crucifixión de un ecosistema, una inversión, y que la comunidad siga en la desesperanza, el abandono, en el más de lo mismo?”

 

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