Columna


¿Qué diría Teresa?

ALBERTO ABELLO VIVES

30 de noviembre de 2013 12:02 AM

El día que el 90% de los barrios de Cartagena amanecieron sin agua y con el rigor del desabastecimiento, trabajadores de un prestigioso hotel usaron gruesas mangueras con abundante agua para limpiar la zona social y regar las pequeñas plantas en la plaza ocupada frente a la edificación. ¿Qué hubiera pensado de esto Teresa, aquella mujer descalza y austera con cuyo nombre bautizaron este hospedaje?

La edificación de ese hotel fue primero un convento: las viejas fotografías muestran un cerramiento del terreno lateral, hoy su frente. Mucho más tarde fue cuartelillo de Policía: entonces el cerramiento desapareció y los cartageneros conocieron una pequeña plaza durante buena parte del siglo XX; la usaron como una de las tantas del centro amurallado. Fue un espacio público y a nivel de la calle, a tal punto que en algún momento el desorden la invadió de automóviles y motocicletas. Reinaba el caos frente a la autoridad.

Vinieron luego las restauraciones arquitectónicas y un plan de plazas para la ciudad vieja. Con éste, los restauradores, luego de adquirir el predio que englobaba el antiguo convento y su lote adjunto, le ofrecieron a la ciudad una bella placita elevada, que recuperaba el espacio público, “limpiaba” el patrimonio y podían pisarla los cartageneros. Tuvo el adorno de una fuente surgida del cambio de estilo de la arquitectura del antiguo convento.

Cuando se inauguró, nadie se imaginaba que poco a poco, irían saliendo mesas y materas del edificio embellecido. Y las materas muy lentamente –para que tal vez nadie se diera cuenta- cerraron el paso a los transeúntes. Vino luego una palanca para impedir que la calle que la circunda, frente a la entrada principal, fuera utilizada por los vehículos de la ciudad. Ahora está disponible sólo para los notables huéspedes. ¿Qué podría pensarse, bajo las ideas de aquella Teresa de Ahumada, de gran corazón, doctora de la Iglesia, de esa estrategia de retoma de un espacio privado que fue por años de uso público.

Por todo el mundo hay propiedades pri-vadas que ceden, con la generosidad prego-nada por Teresa de Jesús, parte de sus espacios a jardines, camellones y plazas de disfrute público. Se asegura, en este caso, que todo es legal y legítimo; pero; ¿porqué restarle a una ciudad necesitada de espacio público unos cuantos metros?

Teresa la de Ávila le temía al dios de los cielos; aquí se le teme a los pobres de la calle. Un lugar inclusivo se volvió más pintoresco y turístico pero más exclusivo. ¿Sufrirá la santa? Cómo es de grato ver el Parque Bolívar, la Plaza de los estudiantes, el Parque Fernández Madrid, la Plaza de la Trinidad y las nuevas plazas Joe Arroyo y Benkos Biojó atiborradas de cartageneros: porque ese es el mejor remedio contra el miedo.

*Columnista quincenal

albertoabellovives@gmail.com

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