Por años, la guerrilla del ELN, fue la que recibió mayor atención de intelectuales y estudiosos. Manifiestos, cartas abiertas, que proponían soluciones políticas a la opción armada.
Quizás al ser el grupo escogido por Camilo Torres Restrepo, hiciera pensar en la posibilidad de un diálogo que rescatara alguna salida. Camilo, un cura católico, sociólogo especializado en la pobreza, con su decisión arriesgada mostraba que, al tomar el látigo de los evangelios, los senderos de exploración con las palabras estaban cerrados. A ese grupo se habían enrolado estudiantes universitarios que sacrificaban sus aprendizajes para contribuir a una ilusión, en ese instante romántica.
Otros curas fueron más que capellanes de guerra del ELN. Se podía suponer que su pivote doctrinario fueran los evangelios, esos textos de periodismo preciso y depurado, la penetración de la realidad de Mateo, con su pedagogía de compasión, justicia, amor, redención.
Pero, nos debemos el estudio y la reflexión de cuál es el maleficio que penetra al ser humano cuando deja de pensar y quiere resolver las complejas encrucijadas de la vida con el supuesto poder de un arma en las manos con la cual amenaza, ordena, mata.
Más pronto que tarde los jóvenes universitarios, el padre Camilo, que sabían sostener libros, la rosa solitaria para la novia, padecieron las duras rutinas militares adaptadas por civiles. Los deberes y los premios de un noviciado cuyos superiores ya estaban inoculados por el desprecio a los intelectuales.
La sociedad sin respuestas vio morir de mala manera a esos proyectos valiosos de científicos, pensadores. Incluso los que ejercieron la libertad de retirarse fueron asesinados, ya de civiles, bajo el mote de traidores. Así Jaime Arenas. O Lara Parada.
La comunidad colombiana, lo que queda en medio de tantos destrozos, aún no conoce el relato de quién sabe cuántos días y noches, en total, de las transcripciones de conversaciones del ELN con diversos gobiernos. A lo mejor la originaria exigencia de justicia se ha convertido en el delirio de imponer el cielo en la tierra.
Ahora, a un intelectual del Caribe le ha correspondido llevar al espacio de lo posible las derivas de lo imposible. Hay que abrazarlo en estos días de implacables tormentas.
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