Columna


Rafael Cepeda Torres

HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

13 de septiembre de 2009 12:00 AM

HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

13 de septiembre de 2009 12:00 AM

Acaba de morir en Cartagena el gran arquitecto, constructor, y el gran melómano, Rafael Cepeda Torres. Yo tuve la gran suerte de que fuera mi tío, mi tío más cercano y entrañable, pues siempre estuvo casado con Victoria Faciolince, la hermana de mi madre, la querida tía Mona, fallecida también hace unos pocos años. Del tío Rafa, como siempre le dijimos en la familia, me llevo los recuerdos más entrañables. De él aprendí varias cosas, todas muy importantes y placenteras, que llevaré dentro de mí toda la vida: primero, el amor al mar, que él me invitó a conocer, siendo yo un pobre montañero de las montañas de Antioquia. El amor a la música clásica, que en los días de fiesta llenaba su casa desde el amanecer hasta la noche profunda, gracias a la colección de discos en acetato más rica que conocí en la vida. Sería importante que mis primos donaran esta gran discoteca a alguna institución educativa de Cartagena, para que algunos jóvenes acá tengan también la fortuna de enamorarse de la música clásica, gracias al gusto exquisito de Rafael Cepeda. Su violín, el violín con que se costeó su carrera de arquitecto, no debe callarse, sino reproducirse en otros violinistas. El otro placer que me enseñó el tío Rafa fue el de la alegría de la conversación acompañada por unas dosis sanas de buen whisky. Este montañero de bambucos, quebradas, tiples y aguardiente, se encontró en Cartagena con el mar, Brahms, Mozart y Beethoven, un violín increíble, y whisky de buena malta. No saben ustedes el bien que nos hace a los del interior tener tíos y primos en la Costa. Sin ellos no quiero ni imaginarme la cerrazón provinciana en que todavía estaríamos viviendo. Me llevo de Rafael Cepeda Torres, además, una fuerte lección de laboriosidad, de capacidad de trabajo constante y honesto. En un país donde los costeños tienen fama de perezosos, lo vi siempre madrugar y trabajar a un ritmo que ya nos quisiéramos los paisas, desde las primeras luces del alba hasta el caer de la noche. Tenía casi 85 años, pero no había perdido el hábito de ir a la oficina, si ya no a diseñar, es verdad, a supervisar el trabajo de sus hijos. Ellos (Rafael J., Arturo, Nora, Alberto, Hernando y Juan Pablo Cepeda Faciolince), reciben de su padre una herencia moral y espiritual muy grande. Han perdido, tristemente, a la persona que hizo tantas obras benéficas para Cartagena. Pero la han perdido de la manera que menos nos duele y menos nos ofende: Rafael Cepeda Torres se ha muerto de viejo, en su propia casa, rodeado de un montón de hijos que son también ciudadanos ejemplares que han construido familias honradas y decentes. En un país como éste, tan lleno de hampones, mafiosos y matones, este es el mayor logro y la mejor herencia que nos pudo dejar el querido, el inolvidable tío Rafa. Qué bueno morir y no dejar rencores; sólo buenos, amables, entrañables recuerdos. hector.abad@gmail.com

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