Columna


Reinventar los partidos

ÓSCAR COLLAZOS

25 de enero de 2014 12:02 AM

En su última columna de El Tiempo, Eduardo Posada Carbó vuelve a uno de los temas más preocupantes de la política actual: la crisis de la democracia representativa y, en consecuencia, la crisis de los partidos políticos. El diagnóstico no es nuevo.

En medio de sus crisis cíclicas, las sociedades pueden sobrevivir y funcionar productivamente durante cierto tiempo pero el precio a pagar será cada vez más alto y arriesgado. Será mayor la desconfianza y apatía de los ciudadanos y más repugnantes los métodos de partidos e instituciones desprestigiadas.
 
La corrupción no es más que un instrumento de supervivencia del modelo. El más útil y perfeccionado. Los gobiernos surgidos de una democracia ética e ideológicamente envilecida mantienen sus mayorías parlamentarias estableciendo alianzas, pero esas alianzas se reducen a la repartición del presupuesto y los puestos públicos.

Se viene diciendo, con sobradas razones, que el debilitamiento de la democracia liberal, cuya base es la democracia representativa,  puede abrir en cualquier momento la puerta a aventuras populistas y autoritarias. Pero no se dice que ese riesgo existe sólo en la medida en que la democracia deja de conectar con las mayorías y de satisfacer sus demandas más urgentes.
 
Las alarmas en este sentido parecen sirenas de bomberos que llaman a apagar el incendio que ellos mismos iniciaron. Quienes temen que la democracia representativa corra el riesgo de albergar, por ejemplo, a ex guerrilleros desmovilizados o a corrientes de la izquierda democrática (podría albergar también a los actores desmovilizados de la extrema derecha), parecen sustentar su miedo en la creencia de que la corrupción de gobiernos y partidos es preferible a la aparición de actores de cambio en la escena democrática.

Desde esa posición se cree que la democracia es tan débil y las mayorías tan manipulables, que por la misma vía por donde se hizo posible la más epidémica de las corrupciones, será posible también la entrada de cambios sociales indeseables. Se desea que las cosas cambien para que todo siga igual.
 
Aceptada como la menos imperfecta de las formas de gobierno, la democracia representativa ha pretendido limitar por el norte con los partidos políticos que contribuyeron a su crisis y por el sur con un modelo de sociedad que reproduce desigualdades e injusticias, amén de la colosal corrupción que las ha hecho posible.
 
En su forma actual, los partidos políticos tradicionales ya no representan modelos de sociedad diferenciados ni a colectividad alguna. En un futuro nada lejano, los ciudadanos obligarán a los partidos a reinventarse y reinventarán la democracia en su única fase posible: la participativa.  

*Escritor

collazos_oscar@yahoo.es

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