El incidente protagonizado por una líder religiosa, quien dijo a sus fieles que un discapacitado no puede predicar la palabra divina desde el púlpito por razones de estética, es otra muestra de la gran segregación en la sociedad colombiana. Los blancos discriminan a los negros y viceversa, los mulatos a los palenqueros y entre palenqueros los “kuagros” se segregan entre sí; la derecha estigmatiza a quienes profesan un ideario de izquierda y al revés; los cachacos a los costeños, los costeños a los cachacos; los “gomelos”, a los “nerds”; las barras bravas de millonarios a las del Nacional; los taurinos a los animalistas; los heterosexuales a los LGBTI; los católicos a los cristianos y los anteriores con más veras a los ateos.
Los percances de esta fallida evangelizadora, pero exitosa baronesa electoral, llaman la atención sobre la peligrosa combinación de política y religión. La constitución del 91 intentó superar este histórico impasse heredado de la teoría del Estado Teocrático y de la centenaria carta política de 1886, consagrando en el preámbulo una fórmula de Estado laico, expresando que las creencias religiosas son un valor constitucional protegido, pero sin atribuirles autoridad, dignidad o prerrogativa.
Al parecer fracasamos en este propósito, pues cada vez son más las iglesias de diversa catadura y origen convertidas en facciones electorales. Van constituyéndose en una suerte de manantial del que brotan, sumisos, miles de votantes que sirven variados propósitos políticos. Es un lugar común escuchar de nuestra dirigencia inaugurar cada discurso con una invocación divina, como si tuviese la virtud de absolver con anticipación las diabluras con que suelen despachar los asuntos públicos una vez en los puestos.
El sentimiento religioso es íntimo y vulnerable, y mal puede aducirse para ganar posiciones de privilegio en las funciones públicas. Sospecho de quienes hacen del discurso religioso la razón para llevarlos a ocupar dignidades de gobierno.
Mucho más peligroso es que las decisiones de los servidores públicos estén permeadas por doctrinas religiosas, cualquiera que sea, puesto que la racionalidad, menester para decidir con justicia en un Estado moderno, pasa a ser remplazada por el dogma de fe religiosa que poco espacio da al juicio ponderado.
Es muy probable que la apóstol Piraquive leyera en varias ocasiones los evangelios completos, pero sin entenderlos, cuando menos no los ha comprendido en la perspectiva que plantea San Juan en el capítulo 13 verso 35: “que os améis unos a otros”, pues no ama el discriminador al discriminado, por el contrario, le teme o le odia.
danilocontreras9@hotmail.com
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