Columna


Resistencia de las élites

GERMÁN DANILO HERNÁNDEZ

17 de mayo de 2016 12:00 AM

Mientras el mundo rodea literalmente a Colombia en su propósito de acabar con más de 50 años de conflicto armado; respalda las conversaciones de La Habana y ofrece apoyo al post conflicto, quienes han hecho de la guerra su condición esencial de vida se resisten a ser vencidos por la paz.

A medida que se aproxima la firma de los acuerdos entre Gobierno y FARC, se incrementan los bombardeos verbales de un sector, que alimentado por la violencia, y legitimado a su amparo, fracasó en su intento sistemático de dinamitar los diálogos de La Habana.

Si bien las heridas y dolores imborrables generan en muchas víctimas de la guerrilla la comprensible dificultad de aceptar la reconciliación con quienes le causaron tanto daño, no son ellas quienes determinan la radical oposición a la paz.

La necesidad de la guerra, como sustento del discurso político, orientado a retomar el poder, es lo que impulsa a la extrema derecha a radicalizar sus estrategias, sin importar caer en posiciones delirantes, como la de llamar a la “resistencia civil” contra la paz; reacción inédita en los conflictos internos o externos que a lo largo de la historia han concluido en una mesa de negociaciones.

Un pueblo que ha sufrido los horrores de la guerra nunca se resistirá a que termine, pero las élites que se nutren de ella para alimentar sus apetitos de poder, lo hacen sin sonrojarse. Por ello quien llama a la “resistencia”, amparado en el fanatismo y la idolatría que genera entre alguno de sus seguidores, no representa a ciudadanos comunes, a obreros, campesinos, estudiantes, profesores, o amas de casa, sino a una parte del “establecimiento” que no acepta compartir privilegios con enemigos a los que ha combatido de todas las formas.

Esa élite en resistencia sabe que no podrá impedir la firma de la paz entre el gobierno colombiano y las FARC, y con ella la terminación de uno de los conflictos armados más largos del mundo, pero sí generar la perturbación necesaria para avivar miedos, confrontaciones y horrores, que mantengan la vigencia de su discurso político.

Por eso la instrucción impartida en días pasados a través de los medios masivos de comunicación fue precisa: “resistencia  permanente y sistemática”, aun si la mayoría de los colombianos llegare a validar los acuerdos de paz, y búsqueda de un nuevo gobierno que tendría como misión derogarlos.

La figura escogida para ese fin último de poder sin paz, se atrinchera en la propia institucionalidad del Estado; representa también a una élite arrogante e  intolerante, que asume poses de emperador medieval, e interpreta fielmente al adalid de la guerra en Colombia, en su llamado a la resistencia.
 

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