Columna


Ruido, salud y pobreza

JESÚS OLIVERO

03 de noviembre de 2017 12:00 AM

El ruido es un agente que estresa y está asociado a diversos problemas de salud. Genera hiperactividad del sistema nervioso autónomo, lo cual incrementa la presión arterial, frecuencia cardiaca y causa altos niveles de cortisol, hormona que puede inhibir la secreción de insulina y alterar la respuesta de varios órganos al metabolismo de la glucosa, lo cual incrementa el riesgo de desarrollar diabetes.  

Las relaciones entre exposición a ruido, enfermedades cardiovasculares, obesidad y diabetes, están plenamente confirmadas en estudios epidemiológicos. El riesgo se incrementa con pequeños cambios en el volumen del ruido, muchas veces considerados aceptables en sitios urbanos, como en el caso del generado por el tráfico vehicular, pero su efecto es contundente. Algo similar sucede con los jóvenes adictos a la música de celular, como si el tiempo robado por Facebook no fuese suficiente problema.

En un reciente artículo en la prestigiosa revista Environmental Health Perspectives, los autores señalan diferencias raciales, étnicas y socioeconómicas en la exposición al ruido en los Estados Unidos, llamando la atención sobre la necesidad de evaluar si tales resultados también determinan las disparidades en salud en dicho país.

En Cartagena, por su parte, no hay que ir muy lejos para comprobar esta hipótesis. A lo largo de la semana, en varios sectores residenciales, especialmente de bajos recursos, los equipos con sonido bestial, impactan desde los establecimientos de expendio de alcohol, en franca violación al nuevo Código de Policía.

En algunos casos parecen competir por generar ondas más potentes. Pero el problema no es solo cultural, como llaman algunos a esta irreverencia, el aeropuerto está obligado desde hace décadas a poner reductores de ruido en zonas de afectación por este contaminante, pero, como siempre, la pobreza no genera bulla y prima la ley del embudo. 

Las autoridades tienen la obligación de proteger la salud de las personas evitando la exposición al ruido. Ese cuento de los picós como elementos inalienables del quehacer costeño puede ser válido, pero úsenlos a puerta cerrada. Difícil encontrar algún niño con buen rendimiento académico cuya residencia esté alrededor de áreas contaminadas por el ruido de estas máquinas, o de los aviones.

La cuestión no es sólo de salud pública, también de educación, y en últimas, de pobreza, ese túnel en espiral que los conecta y desde donde es difícil salir sin el sonido del silencio.  

 

*Profesor

jesusolivero@yahoo.com

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