El origen de la palabra genera disputas. Surgió en esas noches nostálgicas del norte de Europa. O en esos atardeceres bucólicos, lentos, casi eternos, de ese Portugal arcaico. Dicen que proviene de antepasados celtas. Portugueses y gallegos, melancólicos por naturaleza, se disputan el origen.
En 1660 Manuel de Melo la definió como “bien que se padece y mal que se disfruta”. Esa mezcla del dulzor por lo que fue con el amargo por lo que no será. Ante la imposibilidad de traducirla o de encontrar otra palabra para reemplazarla y, dada su sonoridad y cadencia, fue aceptada universalmente. Algunos la han relacionado con el latín solitate, soledad o con el árabe saudá que significa melancolía y mal de corazón. Ramón Piñeiro, en 1953, en una disquisición filosófica la definió como un estado de ánimo derivado de la soledad.
Para algunos es sinónimo de nostalgia o melancolía. Sin embargo, a estas dos palabras les falta fuerza y profundidad para explicar la saudade, sentimiento tan amplio y tan complejo y que implica eventos, experiencias, generalmente impactantes, únicos, fascinantes, hasta tal punto que se sabe que son irrepetibles. Y es en esto último, en que no volverá a ocurrir, en donde reside el fundamento de la saudade, fue realidad y ahora solo utopía. Ese trágico alejamiento, en tiempo y espacio, de un recuerdo o persona no desaparecerá a pesar del deseo o de la necesidad. Lo padece el enamorado por la ausencia, temporal o definitiva, del ser amado. Esa ansiedad o angustia por los días perdidos luego de conocerlo y, también, por el tiempo perdido antes de conocerse.
Saudade puede surgir como terror irracional a perder lo que se tiene, una estabilidad que tambalea. Como los políticos en vísperas electorales.
Partir es morir un poco. Es el Saudade que padecen las grandes migraciones, con sus sentimientos de pérdida en los que parten y en los que se quedan. Como les ocurre hoy a los colombo-venezolanos, los africanos falleciendo hacia Europa en pos de un sueño y los mismos europeos.
Pessoa la describe en poesía: “me encanta todo lo que era, todo lo que ya no es, el dolor que no hace daño”. Como las promesas de políticos, la ley ordinaria de salud o como esas elecciones en que todo es posible y luego nada se hace realidad.
O como la poética metáfora de Neruda: “es como el pez que se evade en nuestras manos”. Como ese instante de felicidad perdida que quisimos hacer eterno.
Lo decía Heráclito, nadie se baña en un mismo rio dos veces. Porque el agua corre y cambia y porque nosotros nunca seremos los mismos. Como un nostálgico recuerdo de la infancia por la ciudad que era y la que no ha podido ser. Nuestra saudade, la ciudad que no ha sido y que esperamos que algún día sea.
*Profesor Universidad de Cartagena
crdc2001@gmail.com
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