Columna


Sed y atraso

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

23 de febrero de 2013 12:00 AM

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

23 de febrero de 2013 12:00 AM

El agua apacigua la sed, y equilibra el cuerpo. Es el bien común por excelencia. Pero nosotros no somos agradecidos con el agua. Por el contrario, cada día parecemos algo peor que enemigos suyos. Ensuciamos corrientes, derrochamos los acuíferos, desviamos los ríos. Los niveles freáticos se desploman en países que albergan la mitad de la población del planeta. Este recurso vital lo estamos acabando en nuestras cuencas.
Cuando revientan las fuentes de aguas maternales es el preludio de una nueva existencia. El agua fluye trazando una línea entre lo sagrado y lo profano, la vida y la muerte. Las lágrimas del primer llanto acompañan al ser humano en su periplo vital. Su condición acuosa recuerda nuestra dependencia de ese líquido fundamental.
La mayoría de las religiones se remiten al agua. Se celebra una comunión ante la fuerza creadora del universo. Se convierte en magia suprema y medicina que todo lo cura, restaura juventud, asegura vida eterna. La limpieza es la mitad de la fe, proclamaba Mahoma.
Jung equiparó el agua con el inconsciente. El agua es fuente, origen y reserva de la vida; precede toda forma y sostiene toda creación. El diluvio universal todavía se imagina en cualquier aguacero. El cuerpo siente tanta sed como el espíritu. El agua con el esfuerzo es sudor, con la pasión es sangre. Siempre será sentimiento y energía.
Casi el 70% del agua dulce del mundo es hielo. El resto, fluye en los  acuíferos que estamos drenando con mucho más rapidez que la posibilidad de recarga natural. Con 83 millones más en el planeta cada año, seguirá creciendo la demanda.
Si se acaba el petróleo será una tragedia. Pero no se puede comparar con la que produciría cualquier estrechez con el agua. Esta existe en la tierra porque nuestra atmosfera impide que se desintegre con la radiación solar.
Bien decía en su reciente columna Héctor Hernández, que en la Cartagena del futuro inmediato “la carencia de agua potable será una limitante para la expansión urbana”. Las otras necesidades y problemas son insignificantes ante esa  posibilidad. El asunto no da espera y la ciudad sigue creciendo hacia una catástrofe. Sed y atraso están unidos. Las soluciones previstas parecen el cuento del gallo capón.
No podemos prescindir del agua en nuestro vocabulario mínimo. Cuando algo es evidente, decimos que está claro como el agua. Nadar entre dos aguas es traición, actitud equivoca frecuente en política, negocios y amores. Fumar debajo del agua es destacar la prodigiosa habilidad de alguien. Estar con el agua al cuello se refiere a las dificultades de dinero, o exceso de trabajo. Echarse al agua es asumir riesgos y peligros. 
De ese agua no beberé es un propósito que por lo general terminamos incumpliendo. Bañarse en agua de rosas es alegrarse del mal ajeno. Mientras viene esa pronosticada escasez del agua, que causa la improvidencia y la incuria, atravesamos el verano más intenso propiciado por un niño perverso.
El gobernador Gossaín, con admirable gestión, aseguró importantes inversiones en agua para la sedienta provincia bolivarense. En Cartagena se necesita urgentemente adoptar un compromiso similar.

augustobeltran@yahoo.com

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