Columna


¿Sedientos o inundados?

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

03 de noviembre de 2018 12:04 AM

Cuando revientan las fuentes de agua maternales es el preludio de una nueva existencia. El agua fluye trazando una línea entre lo sagrado y lo profano, la vida y la muerte. Las lágrimas del primer llanto acompañan al ser humano en su periplo vital. Su condición acuosa recuerda nuestra dependencia de ese líquido fundamental.

El agua apacigua la sed, y equilibra el cuerpo. Es el bien común por excelencia. Pero nosotros no somos agradecidos con el agua. Por el contrario, cada día parecemos algo peor que enemigos suyos, ensuciamos corrientes, derrochamos los  acuíferos, desviamos los ríos. Los niveles freáticos se desploman en países que albergan la mitad de la población del planeta. Ahora las aguas de los mares nos cobran ese maltrato.

La mayoría de las religiones se remiten al agua. Se celebra una comunión ante la fuerza creadora del universo. Se convierte en magia suprema y medicina que todo lo cura. La limpieza es la mitad de la fe, proclamaba Mahoma.

Jung equiparó el agua con el inconsciente. El agua es fuente, origen y reserva de vida; precede toda forma y sostiene toda creación. El diluvio universal todavía se imagina en cualquier aguacero y se recuerda en una marea alta. El cuerpo siente tanta sed como el espíritu. El agua con el esfuerzo es sudor, con la pasión es sangre. Siempre será sentimiento y energía.

Casi el 70% del agua dulce del mundo es hielo. El resto, fluye en los acuíferos que estamos drenando con mucho más rapidez que la posibilidad de recarga natural.

Si se acaba el petróleo será una tragedia. Pero no se puede comparar con la que produciría cualquier estrechez con el agua.  

La posibilidad de una sequía o de una inundación nos asusta. El asunto no da espera y la ciudad sigue creciendo hacia una catástrofe.

No podemos prescindir del agua en nuestro vocabulario mínimo. Cuando algo es evidente, decimos que está claro como el agua. Nadar entre dos aguas es traición, actitud frecuente en política, negocios y amores. Fumar debajo del agua es destacar la prodigiosa habilidad de alguien. Estar con el  agua al cuello se refiere a las dificultades. Echarse al agua es asumir riesgos y peligros. Hay que asumir una actitud heroica cuando nos estamos inundando.

A Cartagena, el mar que ha sido su amante se le ha vuelto dañino y peligroso. La inunda, y la está destrozando. Si se deterioraron corales  y manglares en su mágico entorno, la respuesta de Poseidón ha sido excesiva.

De ese agua no beberé es un propósito que por lo general terminamos incumpliendo. Bañarse en agua de rosas es alegrarse del mal ajeno. Mientras, viene esa pronosticada escasez del agua, con el verano más intenso que propicia un niño perverso. “Tengo sed”, dijo la bondad cuando la crucificaron, pero también rememoramos al patriarca Noé, cuando construyó  un arca que preservó a la humanidad de desaparecer.

“Casi el 70% del agua dulce del mundo es hielo. El resto, fluye en los acuíferos que estamos drenando con mucho más rapidez que la posibilidad de recarga natural”.
 

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