Columna


Silencio de los domingos (1)

ROBERTO BURGOS CANTOR

23 de junio de 2018 12:00 AM

Desconozco la razón por la cual las elecciones, en las ramas del poder público que compiten por el favor del pueblo, se hacen los domingos.

Para quienes vivimos con el mar, ese día tiene serenidad quieta, reposada ebullición de los recuerdos, que disponen el corazón para las batallas del día a día y sus exigencias.

Si usted camina por una playa, en el final de luz de los domingos, cuando el viento rastrero le azota los pies con la arena, verá misterios y se dará cuenta que los crepúsculos duran siete minutos más que los otros días. Los zapateros, sabios de pasos, prefieren no precipitar los lunes el adiós del domingo. Decantar la levedad. Permitirse el vuelo.

Es extraño que un día en el cual cada quien visita su morada interior, se ocupe de a quién confiará su voluntad.

El domingo anterior, se llevaron a cabo las elecciones para presidente de la República. El país venía de años de esfuerzos aparatosos por implantar formas de convivencia con justicia. El liberalismo radical. Núñez. López Pumarejo. La paz olvidada de Alberto Lleras y su posterior pacto bipartidista. La búsqueda de modernización por la vía de instituciones técnicas de Carlos Lleras. Tiempos largos de fe en el milagro de la letra. En tanto, dos partidos jugando al equilibrio de sus privilegios, ahogaban el desespero de otra comunidad que tenía expresiones propias y no cabía en el sistema vigente.

Faltó inteligencia y generosidad para incorporar a un empeño nacional a las montoneras excluidas. A la menor ocasión reventaban ciudades, incendiaban, asaltaban. El sistema continuaba confiado en sus letras represivas y la Iglesia en sus excomuniones. El hambre, la necesidad, no creen en nada. Y esas multitudes apartadas no tuvieron educación, no sabían leer y tampoco rezaban. 

La pobrería, con un sentimiento elemental de apego a su país que tan mal los trataba, no se incorporó al Partido Comunista. De alguna manera constituía una organización de ilustrados. Y ocurrió lo peor. Si los privilegios de los prósperos tenían origen en un abuso del Estado; los humildes resolverían la miseria con la astucia: primero la mariguana y después la coca.

No quedaban reductos de virtud. El maestro Darío Mesa advirtió, en sus ensayos, de las raposas jurídicas, encargadas del oxígeno pedregoso a un régimen decadente; y la aristocracia obrera adormeciendo al sindicalismo, en otra hora combativo.
 

*Escritor

BAÚL DE MAGO
 

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