Columna


Silencio de los domingos

ROBERTO BURGOS CANTOR

14 de julio de 2018 12:00 AM

¿Cuánto ocurrió en ocho años de construir un acuerdo? Los historiadores mostrarán todo. Quienes seguimos lo que se podía saber podemos referirnos a varias circunstancias, quizá las nuevas. El cambio en el lenguaje y los tonos del discurso. Se aprecia la diferencia entre la retórica de la entonces FARC, desde el día de invierno nórdico en que se abrieron las palabras, hasta los meses finales en La Habana. Una conjetura de esta mutación: la lealtad a sí mismo, a un ideario, no se demuestra con repetir las ideas de lo no logrado. Hay que abrir ventanas para los ventarrones de la imaginación y del azar incontrolable. “El universo es fluido y cambiante; el lenguaje rígido”.

Ello, importa más a quienes quieren reformar, que a los convencidos de lo inamovible de un sistema. Los jóvenes en las discusiones, que no buscaban equilibrios entre venganzas. Aceptaban que el diseño de un futuro, con sus riesgos e improbabilidades, requería liberarlo de lastres.

La participación seria y generosa de las fuerzas militares, por lo menos de quienes honran su origen como soldados del pueblo que acompañaron a Bolívar. El abrazo fraterno de la comunidad internacional, que examinó el esfuerzo por un ideal y fue cambiando el lugar común de calificar al país como paraíso de la coca y a sus nacionales como usufructuarios de la quimera blanca. La venida del Pontífice romano quien pudo establecer que muchos de los soldados de Dios tienen ideologías terrenas distintas a la caridad, al perdón, a reconocer el amor inmenso y el sufrimiento imposible de Jesucristo. Pero alentó a los bienvenidos al reino de los cielos, los dignificó.

El plebiscito. Mostró que los propósitos nobles de Colombia no pueden confiarse a la cáfila de políticos, empresarios de votos. Con tres buses y unos paraguas hubieran resuelto lo de los votos de la Guajira. En Barranquilla, unos sancochos trifásicos.

También, mostró que Bogotá D.C. habla para sí misma y como las mujeres y hombres vanidosos, cree que el mundo la mira. Sin embargo, cuando los presidentes sufren las decepciones del poder de hojalata, corren de la capital, neblinosa, fría, interesada, y se entregan al calor de los abrazos tardíos en las llanuras del Tolima (Samper), del bronco Santander (López) y ahora en rincones de sosiego y afecto (el nombrado por la marchanta). “..tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística”. Incertidumbres borgianas, a cuyo autor he citado arriba.

Sumada, o no, la juventud volvió a pisar la tierra de su país. Se apropia de plazas y calles. Estrena su voz para decir por sí. No soporta más odio, más postergaciones. La abundancia de leyes para nada, enredan la realidad. Se anuncian: ahora vengo yo. Yo llegué ahora mismo. Y qué pasó.

 

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