Columna


Simón Bolívar, ¿víctima del paseo de la muerte?

HENRY VERGARA SAGBINI

18 de diciembre de 2017 12:00 AM

A no ser por Joaquín de Mier, quien ofreció a Bolívar, desprestigiado y muy enfermo, su hacienda San Pedro Alejandrino en Santa Marta, el Libertador hubiese dejado este mundo tirado en algún pretil de Cartagena.

En la mañana del 8 de mayo de 1830, el padre de la patria fue sacado a empellones por los santanderistas bogotanos entre rechiflas y gritos de: “¡Lárgate Longanizo, Culoehierro!”.

Quiso arribar a Cartagena, donde cultivó afectos, pero su desprestigio político marchitaron aquellas amistades que se escabulleron al escuchar el anuncio de  su llegada. Los médicos acreditados pusieron barreras de acceso y jamás fue atendido con la dignidad que merecía. Por eso, cuando le propusieron trasladarse a Santa Marta, aceptó de inmediato, sin imaginar que tanta generosidad era fruto de una meticulosa trampa que lo conduciría a la muerte.

La caravana llegó a Sabanilla y, arrastrando los pies, abordó el buque “Manuel”, iniciando un viaje que se prolongó el triple de lo previsto, y que le provocó vómitos incontenibles, severa deshidratación y pensamientos delirantes. 

Era inaudito trasladar aquel enfermo terminal a Santa Marta, donde los pocos médicos graduados también se negaron a atenderlo, conformándose con el tegua francés,  Alejandro Próspero Reverend, quien, sin fórmula de juicio, le aplicó vesicatorios de cantaridina,  sustancia tóxica, prohibida mucho antes de 1830.

Se atribuye a Reverend la autoría del Diario Médico de Bolívar, pero fueron manos sospechosas quienes lo escribieron medio siglo después de su muerte. Este documento apócrifo señala a la tuberculosis como causante de su  deceso a  sabiendas de que, en esa época, todavía no estaba descrita aquella enfermedad. Y es que el cuadro sintomático de el Libertador era compatible también con absceso hepático, paludismo, cáncer pulmonar o, incluso, con el sida, pero fue una intoxicación aguda por cantaridina lo precipitó el desenlace fatal.

La lumbre de Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacio, de 47 años, se extinguió el 17 de diciembre de 1830 y sus enemigos borraron sus rastros y escondieron sus dagas… Nunca hubo justicia ni culpable.

Hoy la  historia se repite: miles de enfermos sufren como sufrió Bolívar, las consecuencias del  paseo de la muerte. Es incomprensible que, muy a pesar de la parapléjica impunidad y del abrumador  desprestigio de la justicia colombiana, jueces y magistrados conmemoren el 17 de diciembre  disfrutando masivamente de sus vacaciones, mientras los pacientes mueren desatendidos en las puertas de los hospitales.

hvsagbini_26@yahoo.es

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