Columna


Sin gloria y con pena

RODOLFO SEGOVIA

11 de noviembre de 2017 12:00 AM

El centenario de la Revolución de Octubre vino y se fue sin fanfarria. Le quedan pocos cultores, irreconocibles hasta para Vladímir Ilich Uliánov, que son una vergüenza para la humanidad, y algunos aspirantes a replicarla, como el partido Farc. El ala muy minoritaria bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia tenía representantes electos en la Duma. Era un grupúsculo con visión.

Donde menos recuerdan los cañones del crucero Aurora apuntando desde el Neva a la ventana donde se reunía Kérenski y su gabinete en el Palacio de Invierno el 25 de octubre de 1917 (calendario juliano) es en la propia Rusia. Los entusiastas que deseen solazarse pueden celebrar el 7 de noviembre próximo la verdadera fecha según el calendario Gregoriano. Del jolgorio de los Soviets en la Plaza Roja sólo queda el mausoleo de Lenin, medio socorrido por turistas extranjeros y rusos.

La primera aplicación práctica de las ideas económicopolíticas de Carlos Marx, versión Lenin, para organizar la sociedad fue -sigue siendo- una calamidad. Deslumbran intelectualmente por su coherencia interna a partir de premisas falsas, pero causaron decenas de millones de muertos y escaso bienestar.

La historia no se repite; a veces se replica. Los hechos son siempre distintos, las causas se reproducen. El primer elemento revolucionario es siempre la desorientación de la élite. Parafraseando un slogan sindical: la élite unida nunca será vencida. A Colombia mucho le sirvió su unidad de propósitos en el siglo XX. Cuando temporalmente se descosió hubo el Bogotazo. Pero la unidad no basta, también hay que merecer la confianza.

Sostener el statu quo es válido, pero puede ser la vía más rápida hacia el desbarajuste al faltar un panorama futuro y unos valores incluyentes a largo plazo. Colombia falla. Lo que hay está sumido en el pasado y sin construcción doctrinaria. La paz, que concentra las miradas, es apenas un episodio importante: suprimir el mal. No se la puede confundir con propuesta de futuro.

La frustrante sinsalida está implícita en la práctica política. Las oportunidades y prerrogativas no se asignan por las reglas del bien común ni el imperio de la ley. Cuando la legitimidad del poder se obtiene -desde hace 200 años- por la vía electoral, pero las elecciones se ganan sin la opinión y con la clientela, el sistema se corrompe. Hay relaciones personales y no institucionalidad: se toleran los carteles de los pañales, se venden los contratos de obra pública y, peor, se trafica en sentencias judiciales. Antes, la élite tenía guías, diques éticos protegían la res pública, pero se resquebrajaron.

Las élites, el régimen como le han llamado, perdió legitimidad, desconectado de la masa urbana, sobre todo de los emergentes que ya no creen. La que perdió el zar. La desobediencia civil cunde en el país. El mapa descorazona. El Estado renunció hasta a dar seguridad jurídica. Don Sancho Jimeno, el héroe de Cartagena en 1697, vivió una descomposición de España, que, con interferencia externa, llevó a una espantosa guerra civil. Aquí hoy no hay injerencias foráneas, pero sí un grupúsculo visionario que con métodos heterodoxos se brinda para sacar a Colombia del caos.

RODOLFO SEGOVIA
rsegovia@sillar.com.co

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