Columna


Sin palabras

CARMELO DUEÑAS CASTELL

21 de septiembre de 2016 12:00 AM

Gustavo Méndez recibió grandes reconocimientos. Fue galardonado muy joven entre los mejores bachilleres del país.

Su periplo vital parece digno de esa monumental obra de Plutarco “vidas paralelas”. Plutarco comparó la vida de más de 22 parejas de famosos personajes: siempre un griego y un romano. El historiador dejó, hace casi 2.000 años, lecciones de vida que alimentaron a filósofos e historiadores durante siglos.

Pero vuelvo a él. Como médico llevó vidas paralelas: fue un prestigioso galeno, internista y gastroenterólogo, destacado por su proverbial ojo clínico y como maestro alcanzó las más altas cumbres y participó en la formación de varias generaciones; como médico se distinguió por su disciplina y carisma, como profesor orientó la enseñanza hacia la clínica y el contacto directo con el paciente; como dirigente universitario dejó huellas en varias y prestigiosas instituciones mientras orientaba proyectos personales; su liderazgo profesional como médico fue recompensado con el título de miembro de la Academia de Medicina mientras su conocimiento insaciable de la historia le permitió distinguirse como excelso dirigente de la Academia Colombiana de Historia; mientras escribía hermosas columnas dominicales, que eran la alegría de sus múltiples y fieles lectores, estaba fraguando uno de sus últimos sueños, una gran empresa educativa que esperamos vea la luz el año entrante.

Médico, maestro, historiador, académico y escritor. En todo se distinguió por el rigor científico. A la verdad histórica con que siempre habló y escribió le adicionaba su característico, punzante, mordaz y costumbrista desparpajo. Los paralelismos en el son casi infinitos. Aprovechaba las fechas célebres para ilustrarnos resumiendo los hechos fundamentales dejándonos una mixtura de enseñanza y buen humor con jocosos apuntes o jugosos chismecillos que hacían más agradable ese nuevo conocimiento que impartía. Los domingos no serán iguales sin su sabrosa columna. En paralelo, también, estaban su perenne bonhomía y su afamado paladar de sibarita, ambos destacados por su grupo de compinches.

Defendió por igual el patrimonio cartagenero de la gula expansionista y la profesión médica de la absurda legislación y la rapiña mercantilista.

Premonitorio y digno de él, su último artículo publicado hace 11 días, lo envió antes de la fatal crisis. En él resumió a la novelista Rosa Montero sobre cómo afrontar la tercera edad: “Ni pena ni miedo, no hay que mirar para atrás con pena, no hay que mirar para adelante con miedo”. Y terminó esa, su última columna, con la sabiduría que lo caracterizó haciendo referencia a esa batalla final: “que se debe afrontar como Dios manda, como el combate más digno que se puede dar en la vida y usar como divisa lo que dijo Montero en la entrevista: Sin pena ni miedo”.

 

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