Columna


Soledad

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

04 de marzo de 2017 12:00 AM

Nunca pensó Palito Ortega que su canto a la soledad lo inmortalizaría Rolando Laserie, con cadencia guapachosa y rítmicos compases del Caribe. 

A la soledad la confunden con aislamiento, que puede ser voluntario o impuesto. Los estilitas en su busca trepaban una columna para llegar a una especie de iluminación espiritual. Schopenhauer sostenía que la “soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes”. En ella también nos damos cuenta de cómo somos y qué queremos.

Hay seres que perturban en tal forma que nos quitan soledad, que por lo general es fecunda, pero no nos dan compañía.

Las soledades de Góngora fueron preciosistas labores de orfebrería literaria. Mientras en “Cien años….” hay un mágico relato. En el Caribe profesamos la religión de la amistad, así que cuando la soledad nos maltrata, el mar y las brisas ayudan.

A los niños se les reprende cuando sueñan despiertos, pero para estrategas, planificadores, artistas y escritores es indispensable hacerlo. Las utopías de los ilusos contrastan con amargas realidades, pero suelen ir juntas.

El ser humano es un animal gregario desde el amanecer de los tiempos. El hombre, detrás de su apariencia sociable, es distante, miedoso y torpe.
La civilización exalta al Zoon Politikon que preconizaba Aristóteles en su Política, porque hace posible la educación y el comportamiento. Pero Hobbes consideró que la vida en comunidad solo convence al hombre por las ventajas que ella le aporta. Porque el ser humano necesita un periodo de ajuste para recomponer conductas y establecer criterios. La familia, bellísima institución que creó la sociedad, es el núcleo primordial de la civilización.

Pero no parecen opuestas las conclusiones alcanzadas por el espíritu y lo alcanzado por la mente. Razón y sentimiento no son antagónicos. La verdad de la poesía y la de la ciencia son auténticas por igual.

Píndaro señalaba importante que desde la niñez se preparara a unos para el mayor bienestar de otros. Pero hay algo más importante, se debe capacitar no para ser gobernante de otros, sino cada quien lo sea de sí mismo. Por eso sus brillantes Odas de victoria suelen tener una corriente oculta de solitaria melancolía.
Los monólogos y soliloquios han aportado reflexiones fundamentales. El más famoso, el de Hamlet sobre ser o no ser; dubitativo y dialéctico. Los de Agustín de Hipona; el monólogo de Segismundo de la “vida es sueño”. 

Relatar los 28 años de soledad de Robinson Crusoe en una isla, no tiene atractivo para ninguno de los grandes narradores que ha parido el Caribe, pero las peripecias, temores y aventuras brindaron una joya de la literatura universal.   

Aun cuando desconcierte a paramunos presuntuosos, las gentes del Caribe estamos más cercanos a la civilización. No nos gusta la soledad, pero tampoco nos asusta. 
Soledad.

AUGUSTO BELTRÁN
abeltranpareja@gmail.com

 

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