Columna


Sucio y degradante

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

08 de enero de 2017 12:00 AM

Es común que entre nosotros la corrupción venga vista como algo feo, sucio y degradante. Por lo general creemos que sus únicos responsables son algunos políticos, empresarios, mafiosos que han hecho de la política un negocio y algunos personajes, innombrables, que engañan el fisco robándole a pobres ciudadanos que trabajan para poner el pan en sus mesas y pagar los servicios públicos. 

El criterio razonable nos enseña que la corrupción es la consecuencia del comportamiento de individuos corruptos. Es un problema moral que afecta todas las esferas de la vida humana. No son pocos a los que este fenómeno, aquí en Cartagena, ha dejado tirados en el Canal Ricaurte. Pero, ¿es esta toda la verdad de lo que realmente está ocurriendo y estamos padeciendo? Sí, pero hace falta. 

La corrupción es un fenómeno que adentra sus raíces en nuestras vidas y alcanzó tal amplitud en nuestra sociedad, que de ella se puede afirmar con seguridad que no es ya meramente un problema moral, sino sobre un problema cultural. La corrupción no alcanza solo, ni principalmente, a los individuos, a determinados individuos, sino que se ha erigido en un fenómeno cultural. Es un componente constitutivo de la cultura que se nos está imponiendo, cada día y con más fuerza.

Pero aquí no se trata de señalar a unos sino de mirarnos todos. En este proceso, tan canalla y tan peligroso, estamos casi todos metidos. Porque el dinero, que llega a nuestros bolsillos, pasa por los bancos y, por tanto, es dinero que, de alguna manera está implicado y complicado en el oscuro y turbio asunto de las finanzas. ¿Quién pondría hoy en duda el engaño a que estamos sometidos por políticos, financieros y economistas?  

Arnold Toynbee, filósofo e historiador inglés, quien dio importancia a los factores religiosos al responder a los grandes desafíos de la humanidad; y Jürgen Habermas, sociólogo y filósofo alemán; han enseñado: “Una cultura no se modifica ni con el poder de los políticos, ni con el dinero de los banqueros. La cultura depende, sobre todo, de la educación. Y la educación es verdaderamente tal, si transmite ‘convicciones’ que modifican nuestras costumbres y nuestras pautas de conducta”. Cfr. “El último de texto de Jaime Niño”.

Si la avaricia y la ambición son los ‘valores’ determinantes de nuestras vidas y de nuestra sociedad, ¿a dónde vamos? ¿Qué mundo dejamos a nuestros jóvenes y niños? Me dan risa los políticos y financieros con sus discursos que por lo general no dejan sino un reguero fuera del tiesto. Jamás enfrentaran esta cultura de la ambición sin límites. Pero este no es asunto solo de políticos y financieros. Esto es algo muy delicado que depende de todos. ¡Todos tenemos que cambiar y el nuevo año es una oportunidad!
Que tengamos un feliz año 2017 por el camino de la decencia. 

*Director del PDP del Canal del Dique y Zona costera

ramaca41@hotmail.com

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