Columna


Sueños

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

07 de mayo de 2016 12:00 AM

Los sueños se componen de fantasías, y desvaríos. Ni reflexiones pragmáticas y científicas han podido desacreditarlos. Pese a su abandono de la realidad, mantienen controvertida importancia en la vida actual.    

Un fraile con vocación tardía, consagró en el monólogo de Segismundo unos versos que han tenido prolongada vigencia. Aquello de “toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”, lo aprendimos de memoria en la más bella de las edades. Se nos han olvidado muchas cosas importantes, pero esos versos y otras vainas inútiles, no.    

Hemos estado sujetos a la influencia de los sueños. Se decía que nos fueron inoculados por un poder sobrehumano. Para todo lo que no había explicación se recurría a los dioses. Eran ellos quienes se aproximaban a los hombres, enviándoles un mensaje que les llenaba de terror o de esperanza.

Creyendo oír una voz divina, los pueblos primitivos ponían fervoroso empeño en traducirlos al lenguaje humano. Su interpretación era todo un cuento. La víspera de una batalla sacerdotes y avivatos descifraban visiones oníricas para descubrir peligros inminentes, o una dicha cercana. Se aplazaban decisiones o se anticipaban otras por algún sueño.

Los sueños han sido una puerta al futuro. No obstante Freud con su interpretación se propuso descubrir el pasado. Así se pasó del destino supersticioso y cándido a descubrir los recovecos del inconsciente, con todos sus impulsos, frustraciones y deseos.

Se adopta al sueño como intermediario entre el mundo de nuestros sentimientos ocultos y el que está sometido a la razón. Ningún sueño, afirma Freud, es enteramente absurdo. Es una revelación de lo íntimo y secreto del hombre.  

El padre del psicoanálisis se vale del sueño, que debe ser la desintoxicación de la fatiga, para decir también que corresponde a deseos insatisfechos.

Los sueños dorados parecen remitirse a la infancia y la ingenuidad, pero también tienen raíces contradictorias porque donde está el oro hay que  star despierto, o se lo lleva otro. Perder el sueño es estar ocupado, y quitarnos el sueño es preocupación. Ni en sueño, una negativa radical. Caerse del sueño es tener mucho. Conciliar el sueño, es la antigua forma de combatir el insomnio. Hay algunos que tienden a ser sonámbulos, caminan y viven dormidos. No es nada nuevo, abundan dormidos que parecen despiertos y están en la inconsciencia, o en la burocracia.        

Pero no hay nada mejor que soñar despiertos, bella experiencia para darle rienda suelta a los deseos. Además, es una necesaria evasión ante tanta frustración. Darle bienvenida a la fantasía, a los momentos amables que anhelamos recuperar o imaginarnos. Una cantidad de detalles que son de lo mejor que nos depara la existencia. Esa vivificante locura de soñar el futuro, suele perderse con los años. Hay que tratar de rescatarla.

Aquello de “toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”, lo aprendimos de memoria en la más bella de las edades.

No es nada nuevo, abundan dormidos que parecen despiertos y están en la inconsciencia, o en la burocracia.       

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