Sufro de solastalgia. No me la diagnosticó un médico. Descubrí mi enfermedad al leer sobre calentamiento global y la Cumbre de París.
Aunque el cambio climático recurre en mi agenda, me agobia, frustra y me inquieta no saber qué hacer.
A esta ansiedad, llamada solastalgia, que padecen en especial los damnificados por desastres naturales, contribuye la sobresaturación de información negativa sobre cambio climático y la escasez de información sobre qué puede hacer un individuo.
Yo me automediqué con una alta dosis de reciclaje. Bebo agua y gaseosas enlatadas sin parar, con tal de reciclar los envases, y cualquier pedacito de plástico o papelito sirve a mi causa. Es una gota en el océano, pero aplaca mi ansiedad.
Vivo en Miami, donde el calentamiento global se palpa y vive. El mar no es solo el de Miami Beach, sino que es habitual que inunde calles y avenidas, provocando solastalgia en las industrias turística e inmobiliaria, motores económicos del sur de la Florida. Es complejo, de solución difícil y se agrava. Un estudio local en el Miami Herald arrojó una sórdida proyección. En los próximos 15 años el mar aumentará entre 16 y 25 centímetros, el doble de lo proyectado el año pasado. Para el 2060 subirá 70 centímetros, y 1,5 metros para finales de siglo, afectando 40% de la población costera de la Florida y EE.UU.
El mar infiltra ya las napas subterráneas, el gran acuífero en piedra rocosa, agua potable para más de 6 millones de personas en el Miami metropolitano. Se prevé que la destrucción del ecosistema, agravado por la contaminación de fertilizantes del agro en los Everglades, la reserva ecológica al oeste de Miami, reducirá en 20% las lluvias, un círculo vicioso sin fin.
Las autoridades de Miami Beach actúan. Construyen grandes estaciones de bombeo que devuelven las mareas altas al mar. Y en las zonas más bajas, construyen murallones, calles y aceras con más de 30 centímetros de alto. Todo tiene costo y consecuencias. Además de los 500 millones de dólares invertidos y más impuestos, las nuevas obras crean más problemas de tránsito y ruidos y, lo peor, no se sabe si bastarán o cuándo las sobrepasará el desbalance ecosistémico.
Estudios universitarios locales detectaron esta semana que el agua regresada al mar contamina la bahía con fósforo y nitrógeno que desprenden fertilizantes y el estiércol de mascotas.
A Miami Beach la observan como experimento en esta lucha desigual contra la naturaleza y los abusos globales de décadas sin control. Quizá las conclusiones servirán a otras zonas costeras. Lo rescatable de Miami Beach es su urgencia para abordar el problema, a diferencia del gobierno nacional y del mundo entero, que son puro bla bla bla.
Alegran el optimismo y compromiso de China y EEUU, grandes contaminantes, porque se obligarán a reducir gases de efecto invernadero en la Cumbre de París, pero equivocan los tiempos.
La celeridad del cambio climático solo permite soluciones inmediatas. Urge quitar las plantas de carbón, la dependencia del petróleo, usar más energías renovables y, sobre todo, educar a empresas, instituciones y ciudadanos para ser parte de la solución.
trottiart@gmail.com
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