Columna


Tabú

MIGUEL YANCES PEÑA

06 de agosto de 2018 12:00 AM

Recuerdo haberle leído a Gabriel García Márquez, no sé en qué escrito, que “puta no es quien lo hace por dinero, sino quien lo hace sin amor”.

La frase encierra mucha sabiduría porque está en la naturaleza masculina obsequiar a la mujer amada: antes o después, en dinero o en especie. Y en la naturaleza femenina el sentirse amada a través de esos regalos. Dar y recibir (pagar y darse) forma parte de las sanas relaciones amorosas.

En la prostitución también está presente este ingrediente (el pago) pero en ausencia de atracción o amor; y esa es la condición que la rige. Tenía razón Gabito, “… puta es quien lo hace sin amor”. Sin embargo, las épocas han cambiado: de los prostíbulos que mantenían “presas” a las prostitutas endeudándolas, o reteniéndoles los documentos (la explotación), se pasó a las free lance (libre), más reservadas, pero en el fondo lo mismo, prostitutas.

La prostitución es una forma peligrosa, además de vergonzosa, repudiable y degradante de ganarse la vida; suele ir acompañada de licor y droga que permiten desinhibirse, vencer el pudor y relajar la moral; pero superada esa barrera, a su vez fácil si se poseen buenos contactos y atributos físicos. Yo sostengo que, así como es imposible combatir el tráfico de drogas mientras se permite la dosis personal (la demanda), también lo es acabar el “comercio” sexual mientras se permite la prostitución. La solución tiene que salir del hogar, con pláticas y ejemplo, que impongan la barrera moral. No obstante, con todo y lo abominable que es su ejercicio, cumple una función social al servir de válvula de escape no violenta a la libido, cuando no encuentra otras formas de expresarse.

En la vida se pueden reconocer varios estados: fetos, bebés, niñez, pubertad, adolescencia, madurez, adultez y ancianidad (la mayoría de edad no es una condición natural, sino normativa). La pubertad se inicia en el momento en que los órganos de reproducción y la libido aparecen, amén de la curiosidad; y en la que muchas pierden la inocencia (13-15 años). Lo intrínsecamente malo, tratándose de la sexualidad, no es lo normativo, sino, violentar la voluntad ajena, más tratándose de niños e inocentes.

En cuanto al turismo, creo que hay categorías: I. El turismo de personas de la tercera edad, que se interesa principalmente por la historia y la cultura; II. El turismo en familia, por el sano disfrute de la ciudad; y III . El turismo que viene buscando placeres y nuevas emociones. Este último en especial, es de extranjeros jóvenes, con monedas fuertes, y sin el control moral que les impone el grupo familiar. Los de mi edad y mayores, recordamos con nostalgia lo sano que era la ciudad cuando aún no se había implantado el turismo como industria. Vimos con tristeza cómo de las peleas a puño, se fue pasando a las armas blancas, y luego a las de fuego. Eso nos fue llegando, poco a poco, de afuera. Y aprendimos que el turismo destruye las costumbres.

movilyances@gmail.com

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