Apreciado Don Cristóbal Colón:
Que usted y los suyos (me refiero a la gente de las carabelas) se encuentren bien de salud, muy a la diestra de Dios Padre, a cuyo lado estarán sin haber tenido que pagar el largo peaje del purgatorio.
Entiendo que el purgatario -no solo el infierno- son los demás. En su caso, lo son los marineros que casi lo sirven a usted en paella a los tiburones de la Mar Océana en protesta porque nada que aparecían las tales Indias 70 días después de haber zarpado de Palos.
Perdone que no le hubiera agradecido antes el detalle de fina coquetería genovesa de habernos descubierto. Usted esperaba encontrar prosaicas especias y mire con lo que se topó.
Supongo que ya le contaron que usted, don Cristóbal, tacó burro y no descubrió las Indias. Pero le fue mejor porque descubrió unas indias espléndidas que desde entonces llevaban encima el teléfono estético 90-60-90 sin el 2 adelante.
La vida no fue del todo fácil para su persona: sólo pudo dar la noticia de su hazaña a su regreso a Europa, seis meses después, en abril de 1493. Y la dio mal porque, como decía, creyó que había llegado a las Indias.
Nadie sabe para quién trabaja: se necesitaron diez años, según el historiador Germán Arciniegas, para que el florentino Américo Vespucio “desfaciera” el entuerto geográfico y aclarara que había descubierto un nuevo mundo.
Me va decir lagarto (en la acepción de lambón que no admite la Academia), pero le confieso que sufrí cual nazareno cuando me enteré de que los chapetones de a bordo le habían armado despelote en alta mar. No hay derecho que intentaran pagarle con un duchazo de agua salada a quien les había mejorado el currículo - ¿qué palabra tan fea, no don Cristóbal?- sacándolos de las cárceles.
Imagino la alegría italiana tan grande que le dio a usted cuando Rodrigo de Triana, horqueteado en el mástil de La Pinta gritó: “!Tierra!”. Me han dicho que agregó enseguida “joder” pero los historiadores remilgados no se ocupan de expresiones como éstas que son la historia detrás de la historia.
Si detrás de todo hombre hay una gran mujer (la reina Isabel en su caso y sus dos esposas conocidas), detrás de todo gran suceso hay algún madrazo. (“Merde”, como que dicen que dijo Napoleón cuando vio que en Waterloo lo habían vuelto idem. No me consta).
Triana gritó tan duro lo de “!Tierra”¡ que hasta los pájaros de a bordo (Colones con plumas) se asustaron. Muchos tuvieron que ir luego donde el otólogo de la tribu con los oídos vueltos hilachas. Por cierto, don Cristóbal, ni los pájaros ni el viento, sus manos derechas en la empresa del descubrimiento, han recibido homenaje alguno de agradecimiento ni en el pasa ni en las erratas de la historia.
Sin confirmar sí lo digo: me han dicho que el afán de Triana no era tanto llegar pronto, sino ganarse los 10.000 maravedíes que sus graciosas majestades habían prometido a quien primero avistara tierra firme.
Por cierto que la reina lucía en las veladas palaciegas joyas falsas.
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