Columna


Tiempo de “suba”

CRISTO GARCÍA TAPIA

08 de febrero de 2018 12:00 AM

Estos son tiempos de “suba”, como nombramos por estos pagos de las sabanas de Sucre, Córdoba y Bolívar, a la subienda de bocachicos que por estas calendas abastecen los mercados de nuestro Caribe regado de corrientes fluviales.

Pero es en la plenitud del verano de marzo cuando los bocachicos y bagres, las especies más conocidas y consumidas por nosotros, alcanzan su fervorosa travesía migratoria desde la Costa Caribe, vía río Magdalena, hacia las aguas y mercados de laderas y montañas de La Dorada, Caldas, Honda, Tolima, y todos los puertos y paraderos que el río padre deja a su paso aguas arriba.

Parejo con este ritual de desaforada reproducción íctica que tiene ocurrencia en las vertientes, caños, ciénagas y vericuetos de agua dulce de medio país, se produce el descomunal de la trashumancia de gentes de todas las regiones del país tras el dorado de bocachicos, bagres, nicuros, capaces, que pueblan por noventa noches y madrugadas aquel río proteico y legendario.

Un gentío que en cada subienda alista cuanto tiene a la mano, que no es mucho, pero sí lo único e indispensable para sobreaguar en las cálidas y resbaladizas longitudes de una esperanza atávica recubierta de escamas, entrecruzada de espinas y provista de unos ojos de piedra, entre rojizos y verdes, casi inmóviles.

Son largas, algunas de familias enteras, las procesiones de pescadores que, bajo la canícula titilante de los tres meses que dura la subienda, van y vienen, suben y bajan, vadean distintos puntos de la geografía fluvial colombiana, tras el refulgente botín que se desliza por millares entre las corrientes que después de regarse turbulentas unas, mansas otras, por buena parte de la diversa geografía colombiana, escurren su caudal en el río patriarcal.

Pasados esos días de tráfago, todo vuelve a su estado natural. A discurrir sin prisa ni novedad alguna que vaya más allá de una amanecida más temprano, el paso de una estrella enana de un lado a otro del cielo neblinoso del alba, o el olor a azufre perfumado de canela y limón de algún súcubo extraviado en los andurriales del infierno, cuya alma llevan en andas por los caminos de la subienda ángeles juguetones y risueños.

Por las mismas calendas del éxodo del bocachico, bagres y demás migrantes de la especie que remontan en perpetuo cortejo el Magdalena, pero cada cuatro años, la procesión se multiplica por los cuatro costados de esta patria refundada en las postrimerías del siglo pasado.

Es la suba electoral, más parecida a una batalla campal que al apareamiento de las especies ícticas, cuyas redes se despliegan sobre todas las aguas, dulces y saladas, tierras bajas y altas, llanos y costas, cordilleras y valles, para atrapar la más estimada de las presas a la que pescador alguno pueda aspirar: el voto.

CRISTO GARCÍA TAPIA
*Poeta

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