Columna


Tolerantes

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

16 de mayo de 2015 12:00 AM


Sin tenerla muchos nos ufanamos de nuestra tolerancia. La asociamos con respeto, permisividad, comprensión. Cada quien tiene un concepto de ella diferente.
Cuando nos referíamos a una zona de tolerancia era un eufemismo para señalar una concentración de prostíbulos. Hoy la profesión más antigua del mundo es ejercida en forma abierta en todos los lugares y sitios de nuestras ciudades. Con más razón aquí por nuestras pretensiones turísticas. Las vendedoras de placer ofrecen su mercancía en forma descarada. La edad, condición y precio tienen amplia variedad. Hay para todos los gustos y bolsillos. Las secuelas sociales y su impacto, han sido estudiadas por sabios que aburren con sus conceptos. Nos conformaríamos con que lo hicieran sin petulancia.
Tolerar era una palabra proscrita. Ser de manga ancha y permisivo se consideraba sinónimo de desorden, y relajo. De la zona de concentración puteril hemos llegado a los clasificados del sexo en la prensa, y a la oferta de carne joven para eróticos oficios. 
Tolerar además de admitir, aceptar, consentir y comprender un fenómeno y una opinión también ha sido benevolencia y disimulo.
Leopardi decía: “No existe nada más intolerable en la vida corriente, ni que se tolere menos, a la vez, que la intolerancia”.
En el mundo actual con un ambiente crispado, lleno de ambigüedades, saturado de imposiciones, se precisa ensanchar los límites  de la cordialidad. Tolerancia es una palabra mágica, con resonancias de agradable convivencia, de luz, de armonía, y en épocas electorales hasta de democracia.
Pero la tolerancia la tienen quienes abren puertas y ventanas, renuncian a la burla, a la opresión; es permitir a cada quien que sea “él mismo”, pero además es opinar sin oprimir, escuchar sin calificar, criticar sin ofensas.
En la tolerancia mucho molestan los que quieren tener siempre la razón, esos que creen tener soluciones para todos los problemas.
Hay que creer en la tolerancia. Pero también hay que ser opuesto a las posiciones radicales, zancadillas, y resquemores. Aceptar gustosamente todas las opiniones y comprender que hay gente que tiene ideas distintas a las nuestras. Aunque también hay quienes discrepan de nuestras opiniones pero con sangre y perfidia.
La tolerancia es la única forma de convivencia. Cuando la brutalidad y la estupidez abundan parece la única salida. ¿Pero hasta dónde tendremos que tolerar? ¿Estamos preparados para vivir con opiniones diferentes y criterios dispares sin resquebrajar la fraternidad humana? Porque no puede confundirse la bondad con la tolerancia excesiva, con el amaneramiento superficial, o con la comedia de aparentar que preferimos el bien del otro, que nos atropella, a costa del  bien propio.
¿Hasta cuando habrá que poner la otra mejilla?


abeltranpareja@gmail.com


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Pero la tolerancia la tienen quienes abren puertas y ventanas, renuncian a la burla, a la opresión; es permitir a cada quien que sea “él mismo”, pero además es opinar sin oprimir, escuchar sin calificar, criticar...

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