Columna


Trump y la libertad de prensa

RICARDO TROTTI

08 de julio de 2017 12:00 AM

Es muy temprano para saber el legado político y económico que construirá el presidente Donald Trump. De lo que ya no hay dudas, es que en libertad de prensa, será recordado como uno de los peores de la historia.

Pese a la tirantez natural que caracteriza las relaciones entre gobierno y periodismo, los presidentes estadounidenses supieron tolerar las críticas y respetar la libertad de prensa por arriba de sus intereses personales. Thomas Jefferson, con aquella frase de antología, “prefiero periódicos sin gobierno que gobiernos sin periódicos”, moldeó la dimensión adecuada que debe primar en esa relación.

Trump, en cambio, antepone sus intereses a los principios. Tiene un estilo pendenciero y narcisista. No acepta críticas y las combate con insultos y humillaciones. Si bien la prensa tiene el cuero grueso para soportar la acusación de que es la “enemiga del pueblo” o que genera noticias falsas, exaspera que muchas falsedades se originen en la Casa Blanca o que tape las evidencias de que el Kremlin las fabricó para torpedear las pasadas elecciones, aunque Vladimir Putin lo haya negado en su reunión con Trump en la cumbre del G20.

La historia es como un agujero negro que se traga todo, pero deja lo imprescindible. No borrará el papelón presidencial del último domingo. Trump tuiteó un video trucado de lucha libre, en el que le pega desaforado a otro luchador cuyo rostro era el logo de CNN. El sarcasmo del clip terminó con un logo modificado de la cadena, ahora de FNN, o Red de Noticias Fraudulentas.

Lejos de apaciguar los ánimos y la polarización que se heredó de las elecciones, Trump los exalta. La “espectacularización” de la política que incentiva con su perfil de celebridad, tal vez no sea aburrida, pero es desgastante e intolerable. Es como vivir en una continua campaña electoral en la que todo vale y la política, pese a la gravedad de todas las situaciones, se queda estancada en los ataques personales, el desprestigio y el deshonor.

Se corre el riesgo de que, como en los regímenes populistas muy polarizados, sus seguidores se vayan convirtiendo en fanáticos, lo que puede derivar en conflictos sociales. Del abucheo público, como sufren medios y periodistas, a la agresión física, solo hay un corto paso.

Trump debería ser más fiel a los principios que enarboló esta semana en Varsovia y luego en Hamburgo en el G20. Llamó a Occidente a luchar por “defender” su “civilización y sus valores”. Se esperaría, entonces, que respete las libertades de prensa y expresión, enaltecidas en las constituciones occidentales y en tratados internacionales de derechos humanos.

Más allá de sus críticas a los medios, algunas fundamentadas, Trump tiene que honrar su puesto y garantizar la vigencia de la Primera Enmienda. Debe entender que como funcionario está sujeto a mayor escrutinio y fiscalización, como indica la jurisprudencia interamericana, y no contraatacar con amenazas de que impondrá nuevas leyes para castigar a la prensa.

 

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