Columna


Ubuntu

CARMELO DUEÑAS CASTELL

28 de septiembre de 2016 12:00 AM

En Irlanda del Norte hubo más de 3.500 muertes violentas. El ejército popular irlandés (IRA) declaró el cese al fuego desde 1994 hasta el acuerdo del Viernes Santo de 1998. Más de 400 terroristas salieron de prisión. El desarme fue lento y finalizó en 2011, pero no hubo ni una fotografía como prueba de la entrega y destrucción de las armas. Las pruebas quedaron bajo custodia confidencial y serán desclasificadas solo en el 2041.

En Ruanda fueron masacradas entre 800.000 y 1.700.000 personas. Los tribunales pretendían: la verdad, erradicar la impunidad y la reconciliación. En dos años revisaron 40.000 casos, y las condenas fueron, respectivamente, prisión o trabajos comunitarios si los culpables eran planificadores o ejecutores del genocidio.

En Sudáfrica, Desmond Tutu (Nobel de paz 1984) presidió la Comisión de Verdad y Reconciliación. Más de 20.000 víctimas narraron trágicas historias, violaciones, mutilaciones, secuestros, desapariciones, vejámenes y crímenes contra la humanidad. Odios acumulados de una guerra fratricida.

Enfrentados a esto los pueblos eligen entre los juicios de Núremberg, que concluyeron con la pena de muerte, o la física impunidad. En Sudáfrica escogieron un camino diferente. El reconocimiento público de los crímenes. Según Tutu: “la justicia castigadora no es la única ni, ciertamente, la mejor forma de justicia, especialmente en sociedades que han sobrevivido a un conflicto”.

La Comisión tenía tres objetivos: investigar los delitos, ofrecer compensación a algunas víctimas y otorgar amnistía a cambio de confesiones veraces. Un proceso sin venganza, sin persecución política ni represalia. El propósito supremo era la verdad como paso a la reconciliación para que la comunidad acogiera a quienes confesaran y mostraran arrepentimiento. Como catarsis hubo llanto y rabia contenidos por años.

A 1.163 victimarios se les otorgó la amnistía e inmunidad iniciando así un largo proceso, que aún continua, de curación individual y nacional de las heridas. La base de este proceso fue Ubuntu, que según dijo Mandela, es una regla ética, una cosmovisión africana, un enlace universal que conecta a toda la humanidad y que reconoce que herir a cualquier persona significa herir al resto. La palabra, de las lenguas Zulú y Xhosa, tiene tantos significados que se resume en frases: “si todos ganan, tú ganas”; “soy porque nosotros somos”; “yo soy lo que soy en función de lo que todos somos”; “formo parte de un todo, luego existo”.

Como concepto Ubuntu es tan hermoso como perfecto. Como realidad parece una utopía. De esas experiencias y del proceso colombiano debiera construirse un camino diferente en el cual la justicia y la equidad acaben la desigualdad, la corrupción y la impunidad e impidan que volvamos a un estado en el que la violencia sea la solución ante la controversia.

crdc2001@gmail.com

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