Columna


Último asalto

ROBERTO BURGOS CANTOR

11 de junio de 2016 12:00 AM

Los secretos de la vida que dejan huellas, permiten sacudir la aparente igualdad de los seres. Tales misterios no ofrecen sus revelaciones como parte de un entendimiento del suceder. Los destellos que revelan aparecen al final, como un negativo dejado en la cubeta de revelado cuando los fotógrafos trabajaban más.

Por motivos inconexos, cuando aquel campeón olímpico de boxeo saltó la guardarraya que separa un deporte sano de las perversiones del rey Midas, el mundo ofrecía un coro de golpes atractivo, envuelto en algo que sobrepasaba la perdida elegancia del Marqués, el vértigo de los apostadores, y la violencia y las trampas que susurraban el circo romano.

¿Qué hizo Cassius Clay para dignificarse en la poesía? Debió de ser un veneno más allá de la valentía, la resistencia, la caballerosidad, el poder, la elegancia. Cuando inició sus asaltos recorría las calles en un bus viejo con un megáfono. Torturaba la espera, siempre tensa, de su contendor: Liston. Se mofaba de él y lo llamaba feo, insulto de peleador escolar.

Porque su elemento preferido fue el aire y desde allí soñó, lo analizarán quienes estudien su metáfora de mariposa y avispa. La levedad en una categoría de plomo donde el peso es parte de la sombra del boxeador. Puede pensarse que el encanto de un hombre que tira golpes sobre la lona, tenga que ver con lo que logra representar. Una idea, un colectivo, una reivindicación, una compañía. Algo más allá del cuadrilátero. Los buenos contendores de Alí fueron de su color, de su raza. Pero a él lo diferenciaba su postura de riesgo, una manera de dominar el vendaval y la fuerza bruta.

Que un hombre cuya vida se aplica a vencer se rehuse a alistarse para la guerra es en sí, una decisión escandalosa. Y claro: no fue sancionado con la regla de un ciudadano apto, sino con la venganza de golpear su oficio, o su deporte, o su arte. Censura.

La ambiciosa aceptación de oponerse a las anomalías de una sociedad, sin carretas confusas, con la virtud poderosa de la conducta, concitaron a quienes lo quisieron con la gratitud de quien reconoce, en el otro, parte de su condición.

De un hombre como Alí, Mohamed, quienes podían penetrar su alma eran los clarividentes. Lo hizo Norman Mailer, el empecinado indagador de Norteamérica. Corrió detrás de Mohamed hasta el vómito.

Muchos consideran su danza, la que interpretó con Foreman. Otros la que repitió con aquel conmovedor saxofonista, Frazer. Pelea entre seres del arte. Uno, avanzando a la manera del canon. Tierra. El loco en las nubes, conmovido y cruel, sabía que tenía que ganar.

A veces, la vida.
 

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