Columna


Un antónimo

MIGUEL YANCES PEÑA

30 de enero de 2017 12:00 AM

Estoy viendo que las Farc no pueden cumplir porque no tienen control real de nada, y se dedican a exigir; que los delegados de la ONU no se aguantaron las ganas de divertirse a costa de nuestra gente humilde, alegre, sumisa, que no parecen guerrilleras, aunque el mensaje fue claro: vinieron a pasarla bueno. Estoy viendo que la corrupción ha salido a flote en todas sus formas; que más allá del escándalo mediático nada pasa; y que, a Santos le importa un pito lo que pueda pasar porque está dedicado a pavonearse por el mundo con su premio mal habido. 

Como si el premio no le bastara (claro, nada inmerecido satisface) y necesitara de la aceptación teatral de quienes él ha colocado en un pedestal superior, al no haber podido obtener una genuina de sus connacionales: su nivel de aceptación en el país es del 21%, según última encuesta de Yanhaas.

Es el desgobierno total. Lo peor de todo esto es que cuando se cae a estos niveles de inmoralidad, es muy difícil volver a atrás. Por ejemplo, casi 25 años después, no hemos erradicado del todo la cultura mafiosa que nos dejó Pablo Escobar.

Bien es sabido que siempre ha sido más fácil destruir que edificar, y en 6 años Santos ha destruido con su mal ejemplo, la cultura que su antecesor estaba cimentando: en lo político, volvimos a los candidatos sin un propósito altruista; a las consultoras que redactan programas de gobierno que el candidato ni conoce; al marketing político; a las maquinarias que eligen; y a la implantación del concepto de gobernante de farándula, con un mal actor, en este caso, en el papel principal. 

Y en lo de su competencia, el buen gobierno, ha demostrado ser un tipo ajeno, extremadamente vanidoso, centrado en sí mismo, incompetente, entregado a quienes debía dirigir, cuando no a unos asesores extranjeros endiosados, y capturados a su vez por ideologías fracasadas.

Los estadounidenses -nos servirá de ejemplo- han pasado de un presidente de farándula, buen actor, simpático, cautivador; que transmitió valores humanos al mundo entero -no lo podemos desconocer, pero que no dejó mucho en cuanto a logros- a su antónimo: un tipo adusto, huraño, con don de mando, y un propósito en mente que ya comenzó a realizar. Para el mundo es mejor tener en la potencia un padre complaciente, no lo dudo, siempre que pueda complacerlos a todos -un imposible- que un buen gobernante. Pero al país norteamericano, y en el largo plazo, le sirve más el segundo.

Lo que ha sucedido en el norte, el fin de la era farandulera, ejemplarizadas en Colombia por Pastrana y Santos, terminará emulándose en el país que pide a gritos un gobierno serio, fuerte y pulcro: un antónimo de Santos.

*Ing. Electrónico. MBA 

movilyances@gmail.com
 

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