Columna


Un solo idioma

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ PACHECO

01 de abril de 2017 12:00 AM

Me contó el colega Juan Carlos Díaz que el origen de su documental “Landero, la tierra que canta” fue una sorpresa mayúscula que se encontró en un video de internet.

El protagonista de la sorpresa era nadie menos que el músico Joe Strummer, líder de la banda británica “The Clash”, quien dio declaraciones según las cuales Landero le sirvió de mucho para hacer su propia música. Y no solo eso: hay un pasaje del video donde el rockero besa un casette que contiene las canciones del célebre acordeonista montemariano. “Si este señor se interesó en Landero –dijo Juan Carlos--, algo grande hay con él”.  

Una anécdota parecida ocurrió en los años noventa, cuando alguien entrevistaba al finado cronista barranquillero Ernesto Mc Causland, respecto a Joe Arroyo.

“Joe –afirmaba Mc Causland--, en el gran Caribe, tiene la misma importancia de un Bob Marley o de un Rubén Blades. Tal vez para nosotros no, porque lo tenemos aquí mismo”.

Desconozco qué nombre tendrá el fenómeno que no nos permite ver en todo su esplendor a los artistas que elevan el nombre de nuestros terruños. Pero sí sé que ese desconocimiento parece que no se da solo en el Caribe colombiano sino en todo el planeta.

Lo digo porque recién llegado a Washington me hospedé en un hotel de africanos, y les hablé de Cartagena y su inclinación a los ritmos del llamado Continente Negro, sobre todo si son interpretados por gente como Papa Wemba, Mbilia Bell, Diblo Dibala o Miriam Makeba.

“¿Y ustedes por qué oyen esa música”?, me preguntaron y les relaté, a grandes rasgos, el pasado esclavista de Cartagena, la afición por los picós y la invasión de discos piratas, cuyos originales nos llegaban desde otras partes del mundo, gracias al puerto de la ciudad.

“Es que esa música ya no se oye por allá”, me informaron ellos, y a la vez provocaron que me acordara del cantante puertorriqueño Odilio González cuando vino por primera a vez a Cartagena y dijo estar maravillado con el gusto de los cartageneros por la música jíbara, una expresión folclórica que en Puerto Rico se oye, a duras penas, en las navidades, a lo mejor porque gran parte de sus viejos cultores murieron; y los jóvenes tomaron otros rumbos en cuanto a producción discográfica.

Precisamente, fueron unos puertorriqueños de la tercera edad quienes me preguntaron por Los corraleros de Majagual, Los gaiteros de San Jacinto, Antolín y su combo, Nelson Pinedo y más, pero se abismaron cuando les comenté que no era esa la música que se oía ya en el Caribe colombiano.
Lo mismo podría contar de lo que le escuché al cantautor dominicano Cuco Valoy en el Hotel Capilla del Mar: “No hay que asombrarse, mijo. La música tiene un no sé qué que termina amarrando a todo el mundo”.


ralvarez@eluniversal.com.co

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