Columna


Una bicicleta en mi vida

CRISTO GARCÍA TAPIA

05 de marzo de 2015 12:01 AM

La bicicleta es el más simple de los mecanismos móviles que el hombre haya inventado.

Fue la de Edmundo y Alberto Farah Chadid, en la calle Real de Sincelejo, Sucre, la primera bicicleta que monté en mi vida. Era una Monark plateada con líneas rojas y negras, que don Edmundo, el padre, les había regalado con motivo de las vacaciones escolares de ese fin de año.

Que recuerde, yo ni siquiera había tocado con mis manos un manubrio o puesto los pies sobre un pedal.

En mi pueblo, alcanzaban los dedos de las manos para contar las bicicletas que había.

Y si una más, era porque algún aprendiz de sastre venía en la suya desde uno de los pueblos colindantes del mío, a recibir clases de los hijos de Daniel Canchila, Aniano y Miguel Ángel, expertos en el arte de la sastrería y dueños de una de las dos bicicletas que había en mi calle y de la única Raleigh que por aquellos pagos de ruralidad alcancé a conocer.

La otra, una Phillips inglesa que tenía la marca en los pedales, era la de Miguel y Filadelfo, los hijos de Juan Martínez Aragón, un campesino rico, alto y grueso, en cuyas tierras era aparcero mi padre y nosotros, sus cuatro hijos, aprendices de jornaleros, que no sabía la o, pero fue el primer filosofo que conocí en leguas a la redonda antes de oír de unos tales Heráclito, Platón y Tales.

Sin embargo, no me resultó nada trabajoso pasar del garabato a los pedales; de la angarilla a la silla y de los cascos sólidos y redondos de “Bartolo”, a las llantas circulares de goma de la Monark de Edmundo y Alberto Farah.

Una sola demostración de ellos, fue suficiente para que yo me deslizara al instante por la calle Real de Sincelejo sobre aquella armazón de dos círculos entrecruzados por alambres templados, radios, y cubiertos en una tercera parte por arcos metálicos, tapa ruedas, y descubriera para siempre que el mundo es un sinfín de ruedas.

Algo así como una rueda infinita rodando siempre hacia adelante; en movimiento perpetuo y sin la más remota posibilidad, como las bicicletas, de que un mecanismo invisible o alguna fuerza sobrenatural, le permita retroceder.

Aún me cuesta aceptar que el más útil y elemental de los mecanismos, y el que menos innovación tecnológica haya tenido a lo largo de esta modernidad en permanente ebullición, la bicicleta, apenas si sea una especie mecánica en vías de extinción.
Quiera la bicicleta, y no esté lejano el día, redimirnos de estos tiempos de tráfago e inmovilidad urbana y devolvernos el candor de las aceras y la gente que va por ellas.

*Poeta

elversionista@yahoo.es
@CristoGarciaTap

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