Recientemente observé cómo muchos colombianos se ofendían por la manera en que María Luisa Piraquive discriminaba a las personas con discapacidades físicas: apenas repetían el video de esta señora les entraba la inconformidad y la indignidad propias de quienes quieren un país justo y equitativo. ¡Ahí sí que todos querían hablar de inclusión social y de igualdad! ¡Ahí sí que todos exigían afecto y comprensión por quienes son diferentes!
Pero cuando se discute sobre la posibilidad de construir una familia con parejas del mismo sexo a muchos de esos “defensores” se les rompe la porcelana de la tolerancia y comienzan a reproducir el discurso ortodoxo de la heterosexualidad, ese discursito que pregona ciegamente que sería una aberración natural que un matrimonio compuesto por homosexuales pueda adoptar a sus hijos. ¿Dónde está entonces ese afán por reconocer la diversidad y la justicia? ¿Dónde el derecho de los demás a poseer los derechos de los demás? ¿Dónde ese sentimiento de solidaridad y de amor por el prójimo?
Ojalá la hipocresía fuera un pecado. Así quizás los que se encierran en su dogma dejaran de practicarla. He tenido amigos y amigas que sí entienden sobre filantropía cristiana, ellos no censuran a las personas que pertenecen a algún grupo de la población LGTBI, no hablan de enfermedad mental ni de herejía, no citan la reproducción ni la concepción de “especie”. Ellos simplemente asumen la diversidad en la que el amor puede manifestarse. No son falsos creyentes del mensaje cristiano.
En nuestro tiempo el concepto de familia no sólo responde a esquemas tan estáticos como el de parejas de sexos opuestos que tienen hijos, ahora también hay familias de padres solteros, de hijos adoptivos criados por abuelos, de esposos que desean amarse por siempre sin la necesidad de procrear. Nos hemos extendido más allá de las relaciones de consanguinidad, hemos roto la primitiva barrera de la sangre. Si dos individuos del mismo sexo quieren formar una familia ¿quiénes somos nosotros para impedirles ese derecho? ¿Con qué supremacía moral vamos juzgar los lazos de fraternidad que puedan establecer aquellas personas consigo mismos y con sus hijos?
A veces hablamos con una prepotencia ética que raya en la discriminación. No sé qué nos hace pensar que nuestra ideología es la buena y es la mejor. Lo cierto es que cada quien posee la libertad de pensar y de creer lo que quiera pero no el poder suprimir ese derecho en los demás. Así que si usted es de los se asquea con homosexuales, sencillamente vaya a vomitar a otra parte y no ande evitando que los demás expresen su educación sentimental.
*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena
@orlandojoseoa
orolaco@hotmail.com
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