Columna


Una ventolera

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

13 de septiembre de 2014 12:02 AM

En el Caribe, donde vivimos deseando cosas, somos felizmente ingenuos al esperar mucho de quienes nos circundan. El deseo y la esperanza que mueven el mundo, aquí en el nuestro son más fuertes.

El peor gobierno sería el de los Santones, por cuanto intentarían construir una sociedad como si fuese una geometría, olvidándose de que nada es más distinto a un hombre que una línea.

Resultó fastidiosa, y aunque no conlleva la peligrosidad de los musulmanes, una ventolera de promover tranquilidad y equilibrio, mediante técnicas para asegurar sosiego espiritual. Muchas de estas tienen raíces en antiquísimos principios budistas maquillados en el curso de los años.   

Abundan pensamientos sobre la liberación del ser. “La plenitud es la extinción de la persona”. Plantean que el origen del mal está en el deseo y el Nirvana es, precisamente, la extinción del anhelo. Los hombres prefieren la paz a la felicidad pero se jactan de lo contrario, porque cada individuo es una forma de sufrimiento; mientras menos deseas, menos sufres. Cuanto menos esperas de los demás, menos decepciones sufrirás.

En el Caribe, donde vivimos deseando cosas, somos felizmente ingenuos al esperar mucho de quienes nos circundan. El deseo y la esperanza que mueven el mundo, aquí en el nuestro son más fuertes. Por ello somos más humanos y dependientes.

El Asia ha sido la patria de la paciencia y el cielo. Y el lujo, los dioses y la ecuanimidad son orientales. Por eso se ha llegado a buscar la palabra orientación para establecer rutas y caminos.

Que inmensa acogida tienen estas tesis que aseguran milagrosa sanación y sistemas infalibles para afirmar el carácter, reforzar el espíritu, y apartar pensamientos y pasiones inquietantes que nos dominan para bien o para mal.

Dicen bien que los conocimientos son viciosos, ya que aumentan las provincias de la ignorancia. Tampoco sería sabiduría, porque nada está tan lejos de un sabio como un intelectual. El peor gobierno sería el de los Santones, por cuanto intentarían construir una sociedad como si fuese una geometría, olvidándose de que nada es más distinto a un hombre que una línea.   

El Tao de las cosas se unifica con el Tao de la vida y se aproxima a lo que Spinoza llamaba “sustancia” y Hegel denominó “el absoluto”. Todo eso revuelto con una enfermiza mística por el trabajo, cuando sabemos por el merengue y por el génesis que lo hizo Dios como castigo.

Esta sabiduría embalsamada hace metástasis en ese nuevo género de autosuficientes que se proclaman evangelistas del control mental.

Los gringos, que son las gentes más avispadas con el billete, son quienes más fácilmente caen en estos discursos de paciencia, sabiduría y equilibrio que parecen escuelas de fascinación y causales de permanencia, para proponer la castración mental como remedio contra el estrés y el miedo.

En nuestro Caribe alegre y festivo pensamos con el deseo y tenemos la ayuda de los otros, pero desconfiamos de aquellos que hablan de sistemas infalibles para reducir angustias. Por eso nos resultan altamente sospechosos quienes propongan reducir los deseos. Parecerse a Dios es un loable propósito, pero no deja de ser una empresa fatigosa y ridícula.

AUGUSTO BELTRÁN
abeltranpareja@gmail.com
 

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