Hace más de 3.500 años, el Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (SNGRD) de la época definió el plan de acción ante lo que habría de ocurrir en los próximos catorce años. Se cree que fue el Faraón Amenhotep IV (Akenatón), no está claro si fue él quien soñó que siete vacas gordas salieron del Nilo y que siete vacas feas y flacas salieron después y las devoraron. Además soñó que siete espigas de trigo, vacías y quemadas devoraron a las siete primeras, hermosas espigas llenas de grano. Luego de buscar infructuosamente una explicación, le recomendaron un preso llamado José, famoso por interpretar los sueños. José le explicó que representaban siete años de riqueza y abundancia seguidos por siete años de hambre que consumirían todo Egipto. José recomendó al Faraón guardar un quinto de la cosecha de los años de abundancia como reserva para los años de escasez.
El Niño, calentamiento cíclico del pacífico ecuatorial ocurre cada tres a ocho años y se intercala con fases de enfriamiento conocidas como La Niña. Hay reportes que sugieren que ocurren hace más de 200 años, pero los primeros datos del fenómeno datan de fines del siglo XIX. Se han dado varias explicaciones del origen de los dos fenómenos “pediátricos”, la más aceptada es la interrelación entre los vientos, las corrientes marinas y los movimientos de rotación y traslación de la tierra.
Pescadores de las costas de Ecuador y Perú detectaron el calentamiento de las aguas y la escasez de peces para finales de año, en las fiestas navideñas. Por ello se llamó El Niño. Los dos fenómenos, cual Peter Pan climático, se niegan a madurar y continúan siendo niños ocasionando, eso sí, cada vez peores episodios de sequías seguidos por copiosos meses de lluvias.
Aunque no está demostrado, algunos creen que los infantiles fenómenos son consecuencia del pésimo manejo dado a nuestro pobre planeta tierra. Pedirle a la ciencia que impida estos fenómenos es imposible, al menos por ahora.
Se ha dudado de la existencia histórica del José del Génesis. Sin embargo, está claro que, durante milenios, el pasaje bíblico de José ha enseñado a centenares de pueblos la importancia de prepararse para tiempos difíciles.
Preocupa que no hayamos sido capaces de aprender de las desgracias pasadas. Luego de tantos avances científicos y tecnológicos no hemos podido siquiera limitar las consecuencias de tales fenómenos cíclicos. Así, cuando al parecer estamos a punto de terminar este prolongado estío, tan solo esperamos que se establezcan las medidas preventivas que eviten o limiten el impacto de las lluvias que vendrán y que podamos, por fin, organizarnos ante estos ciclos de lluvia y sequía para aprovecharlos, obtener beneficios de ellos y evitar el permanente impacto catastrófico sobre los más desvalidos.
*Profesor Universidad de Cartagena
crdc2001@gmail.com
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