Columna


Valores y antivalores

RUDOLF HOMMES

01 de junio de 2014 12:02 AM

El país parece alejarse de una contienda democrática transparente y moderada. Ricardo Silva se queja en su columna de que después de haberlo cogido en la mentira, 3’759.97 millones de votantes respaldaron en la primera vuelta a Óscar Iván Zuluaga. Álvaro Uribe acusó a Santos de recibir dos millones de dólares de mafiosos, tomó del pelo varias semanas sin presentar las pruebas, haciéndose el gracioso, para confesar después de la primera vuelta que no las tenía. Y una multitud le celebra atentar a la ligera contra la honra del presidente sin poderlo sustentar.

Parece que en el Centro Democrático, cuyo nombre oculta la verdad, no pegaron la moderación y la decencia, ni entre sus seguidores. Cuando se creía que Zuluaga era un señor común y corriente, educado con el producto de empanadas en Pensilvania, Caldas, solo tenía el 5 por ciento de los votantes. María Isabel Rueda reveló que participó en componendas para sacar a un Superintendente que trataba de evitar lo que después se ha conocido de una firma de bolsa que arruinó a muchos de sus clientes y subió su popularidad a dos dígitos. Cuando se reveló que contrató a alguien para espiar y hacer guerra sucia en las redes siguió subiendo, y cuando salió la foto con el espía electrónico y la grabación hablando en forma suelta de boicotear a otros lo premian con millones de votos de malandros o simpatizantes de ellos. Y ahora que parece que se volteó habilidosamente, quién sabe cuántos más se le sumarían creyendo que abrazó la paz para ganar las elecciones, pero que después se echará para atrás.

Contrasta eso con lo que le sucedió a Enrique Peñalosa. Era el “candidato de la decencia” y perdió más de la mitad de los votos con los que entró a la contienda. Esta trayectoria y la de Zuluaga, en sentido contrario, hacen pensar que un grupo importante de votantes quisiera que el candidato por el que votarán sea capaz de todo. Si los engaña no importa. Lo que para ellos es vital es que haga lo necesario para ganar, y después, en el poder, también lo haga para preservar un orden que no es sostenible porque se basa en el privilegios y la desigualdad, hermanas de la opresión.

Esos antivalores que volvieron en Colombia en estas elecciones, que algunos ven como la pérdida de la decencia, no son solo eso. Indican que hay un grupo de colombianos, quizás no mayoritario, pero con suficiente peso, dispuesto a llevar al país a cometer excesos, incluyendo jugar sucio, ocultar, tergiversar, amenazar y quizás llevar a cabo esas amenazas. Ya amenazan con llevar a Santos a un juicio y proclaman que con el triunfo vendrá el fin de la prensa y de los medios que no los acompañan.

Cocinan un régimen represivo y la Constitución y las leyes no serán obstáculo para que lo organicen ni para que lleven a cabo sus excesos. Esto ya ha sucedido en otras naciones y en todas terminó mal, cuando no destruyó todo. ¿Por qué quieren elegir el 15 de junio a sembradores de vientos para que cosechen tempestades?    

 

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