Columna


Venezuela

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

16 de diciembre de 2012 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

16 de diciembre de 2012 12:00 AM


La expectativa del antichavismo no es ambiciosa: a lo que aspira la oposición venezolana es a conservar por lo menos dos de sus bastiones electorales, Miranda y Zulia, y ocho o nueve estados más de los veintitrés que se eligen. Con un poder que controla todos los poderes la guerra está perdida. Por eso allá, en las elecciones presidenciales, en nada incidieron la inflación, ni el tamaño de la deuda externa, ni las amenazas al sistema democrático, ni las persecuciones a los medios de comunicación.
Circula, inclusive, una teoría cínica sobre la nueva cirugía del presidente –que dizque protagoniza otra comedia perfecta– tendiente a reforzar el garrote oficial con la sensiblería del venezolano corriente, porque lo que se juega es la proclamada Revolución del Siglo XXI, y arrebatarles las gobernaciones claves a los opositores es afianzar las condiciones políticas que permitan alcanzar el objetivo del socialismo, mientras el pronóstico del mal del coronel sucumbe a un milagro o concluye en un funeral.
Las oraciones y las lágrimas del delfín Nicolás fueron expresiones de dolor de un amigo fiel, pero el discurso en el que comentó el primer parte médico de La Habana fue tan deplorable que la revolución teme que necesite apelar también a la medicina cubana para salvarse del peligro a que la expone la pobreza de unas neuronas tan biches como las del canciller.
Desde ese mismo día los duros del régimen deben estar pensando en un reto severo al sucesor escogido por el comandante. No parece el hombre indicado para una crisis económica o institucional que sobrevenga (es previsible) al ejercicio de un gobierno sin contrapesos ni controles, pues los derroches fiscales y de tesorería no cesan y la generosidad con el petróleo exportado tampoco.
Diosdado Cabello, Rodríguez Chacín y Elías Jaua no serán sumisos si desaparece Chávez, y sus vínculos con las Fuerzas Militares les darán bríos para cuestionar un liderazgo más derivado de la abyección del favorito que de sus arrestos revolucionarios o sus méritos políticos. El que más se le destaca es reír cuando acompaña a su jefe o el de aplaudirlo cuando injuria al imperio. Cabello será el hombre que convoque y maneje un proceso electoral inminente, y Rodríguez y Jaua son mariscales que no creen en los campeadores.
La oposición, por su lado, necesita más que resignación para golpear duro en las elecciones de hoy si no quiere regresar a la cobardía de abandonar el vivac electoral con consecuencias similares a las que soportó desde aquel día en que le entregó la Asamblea Nacional a Chávez, en bandeja. Su desafío es el rescate de una democracia en regla, con poderes independientes del Ejecutivo, que sean garantía de los derechos fundamentales y las libertades básicas. Una democracia en la que legislar y administrar justicia sea el oficio de legisladores y magistrados, no de amanuenses que reciban los dictados de un presidente amacizado en el mando.
Confían los sectores democráticos en que sin Chávez no haya más chavismo, salga por donde saliere la sucesión. Ninguno de la fila le da por los tobillos al testador, con todos sus defectos y falencias. ¿Qué harán los electores si les toca elegir sin coacciones ni añagazas populistas, como bravo pueblo y no como rebaño?

Columnista

carvibus@yahoo.es

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