Lemuel Gulliver fue el seudónimo con que Jonathan Swift firmó el libro “viajes a remotas naciones del mundo”. Conocido después simplemente como los viajes de Gulliver, en él se entremezclan, de manera impresionante, fantasía y realidad. Realismo mágico puro hace unos 300 años.
En el primer viaje Gulliver llega a una isla habitada por personas muy diminutas, que lo convierten en un títere gigante. Hay dos conflictos: una guerra civil entre los partidarios del tacón alto y los del tacón bajo; en el otro conflicto los tradicionalistas insisten en romper los huevos cocidos por el extremo ancho mientras que los de avanzada afirman que debe ser por el extremo estrecho. Miles de muertos por razones tan baladíes con un estúpido trasfondo religioso. Es evidente la crítica del autor a quien, por cierto, le toco padecer la persecución y guerra fratricida entre católicos y protestantes. En su segundo viaje Gulliver pasa a ser casi un insecto en tierra de gigantes. Aquí se genera una gran discusión ética cuando un rey, a punto de perder la guerra, se niega a aceptar los consejos de Gulliver de usar la pólvora, desconocida hasta entonces. El rey plantea lo absurdo de que alguien tan pequeño sea capaz de generar ideas tan destructivas y crueles. En otro viaje conoce a extraños seres, sabios, teóricos muy alejados de la realidad, incapaces de aplicar sus grandes conocimientos a cuestiones prácticas o útiles para la comunidad. Y es allí donde el autor plantea, por primera vez, la subversiva idea de una revolución.
El último viaje de Gulliver lo lleva a una tierra donde los caballos están dotados de raciocinio y de gran sentido moral y ético. Al describir estos animales, para quienes no existe la mentira ni el doblez, genera un sarcástico parangón con los seres humanos para hacer una sabia crítica a todos sus defectos. El libro termina mostrando la repulsión del autor por las bajezas de la humanidad.
Jonathan Swift, clérigo irlandés, escribió los viajes de Gulliver. Como realismo mágico, en una época de gran represión, fue un duro cuestionamiento a las estupideces de la condición humana. Metáfora realista, de una satírica crudeza y sarcasmo aplastante, se convirtió en una amarga y crítica parábola a la sociedad en la Inglaterra del siglo XVIII. No sé en qué momento, por las paradojas del destino, la historia lo transformó en un libro de cuentos infantiles. Tengo para mí que a muchos de nuestros dirigentes les convendría leer este libro y comprender lo pequeños que resultan al anteponer sus gigantescos egos a las necesidades de la sociedad y que sus pretensiones políticas inmediatistas resultan más absurdas al impedirles ver la necesidad de trascender como estadistas. Les convendría aprender que no hay razón que justifique una guerra ni argumento que avale la muerte de un ser humano.
*Profesor Universidad de Cartagena
crdc2001@gmail.com
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