Columna


Viñetas

ÓSCAR COLLAZOS

22 de diciembre de 2012 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

22 de diciembre de 2012 12:00 AM

UNO de los consejos más extraños me lo dio una amiga de mucho pedigree social cuando llegué a vivir en Cartagena: “Si vas a tener una amiga, amante o querida negra o mulata, usa el servicio puerta a puerta y no la muestres en lugares públicos. Haz lo que han hecho casi todos los cartageneros blancos desde la colonia.” Le di las gracias, pero mi amiga se equivocaba: no soy blanco ni tengo costumbres coloniales.
DESDE que llegué a esta ciudad vivo en Crespo y en el mismo edificio, excepto cuando me fui a Marbella mientras arreglaban los desastres causados por la cola del huracán de 1999. La misma amiga se extrañó al saber que vivía en este barrio. Le pregunté por qué. Me dijo que Crespo no estaba muy bien visto pues era “el barrio de las queridas.” ¡Lástima! En doce años no me he tropezado con ninguna.
HE tenido que adaptarme al significado de palabras de uso corriente en Cartagena. Por ejemplo, al sentido que le dan al verbo “insultar.” Cualquier réplica severa es insulto. La RAE dice que insultar es “ofender a alguien provocándolo o irritándolo con palabras y acciones.” De allí viene mi inquietud: ¿es ésta la interpretación de un verbo que muchos abogados, con sus clientes, quieren hacer pasar por injuria y calumnia?
UN carrito del mercado en la mitad del pasillo interrumpe el paso de otros carritos pero la dueña no se inmuta; el conductor de un carro estacionado en mitad de la calle se bajó a comprar una gaseosa o habla con el conductor del vehículo que viene en sentido contrario; un andén que no es andén porque lo volvieron parqueadero o prolongación del jardín; un taxi estacionado en la entrada a Urgencias de un hospital; un bus que se detiene abruptamente en la curva de una vía rápida a recoger un pasajero. ¿Falta de sentido común? Tal vez: por ahí empieza la convivencia de los ciudadanos.   
FRENTE al edificio donde vivo, cuando el mar llegaba a diez metros del muro, se ahogó un muchacho de 16 años. Eran las 4:30 de la tarde. Al día siguiente y a la misma hora, durante una semana, una mujer de 35 o 40 años llegaba a la playa, se sentaba en un tronco y permanecía en silencio hasta el anochecer, mirando el horizonte. A esa misma hora, me asomaba al balcón a mirarla. Nunca me atreví a preguntarle si era la madre del ahogado.
¿POR qué, si soy escritor, mis columnas tratan más de política que de literatura? Tal vez porque las consecuencias de la mala política (la ineptitud, la corrupción, el envilecimiento de la cosa pública) me atañen como ciudadano y nada me avergonzaría más que ser un buen escritor y un pésimo ciudadano.
SIEMPRE he casado peleas ajenas, pero cuando protesto en una fila, me miran como un marciano. Muchas de las causas que defiendo no son mías. Podría vivir mejor sin defenderlas, cerrar los ojos a una humillación que no es mía, a una injusticia que no me hace su víctima. Pero soy terco: no vine al mundo a dejar que las cosas pasaran sino a tratar de que las cosas pasen de la manera más justa posible.  

*Escritor

collazos_oscar@yahoo.es

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