Columna


“Vuelamasqueelviento”

HENRY VERGARA SAGBINI

02 de octubre de 2017 12:00 AM

Don Rafael Benigno Fieri García, multimillonario de nacimiento, oriundo de El Carmen de Bolívar, jamás olvidó aquel suceso sobrenatural del 8 de diciembre de 1952. Cuentan que desde ese día hasta su muerte, permaneció recluido voluntariamente en la bodega repleta de trofeos y, en lugar de confesar sus pecados al sacerdote que le administró los santos óleos, preguntó, con rabia contenida, por  Joaquín Lucio Fonseca y Castro, el famoso peluquero de Calamar. Y no era para menos. Todavía se escuchaban por la comarca,  historias buscando explicación a lo inexplicable.

Rafael Benigno, apasionado por las carreras de caballos, adquirió en Londres, gastando la mitad de su fortuna, a “Copenhague”, potro alazán propiedad del Duque de Wellington, ganador de los Derbis  más importantes en Europa.  De regreso a Colombia, Fieri lo llamaría “Diablo mono” para amedrentar a sus  contrincantes. Incluso, contrató a Jesús Riquelme Arredondo, invicto y cotizado jinete chileno.

Aseguran que en las fiestas patronales, todos los contrincantes se retiraban, ante la desproporcionada diferencia, llenando  de orgullo a don Rafael Benigno, mientras  “Diablo mono” trotaba  en solitario hasta la meta.  Construyó una enorme bodega para los miles de galardones. Pero el 8 de diciembre de 1952, fiesta de la Inmaculada Concepción, patrona de Calamar, perdió su largo invicto. Todos los contrincantes se retiraron anticipadamente, menos “Vuelamasqueelviento”, un escuálido mulo propiedad de Joaquín Lucio Fonseca y Castro, peluquero de profesión y cuentero por vocación, natural de San Jacinto. Aseguran que el parsimonioso corcel fue obsequiado como propina al peluquero por Hermenegildo Coba, dueño de una  inmensa finca en   Barranca Nueva, de quien se afirmaba tenía pacto con el demonio.

El “compae Juaco” como  llamaban peluquero, juró hacer respetar el honor de su pueblo adoptivo y, cuando los jueces estaban a punto de declarar vencedor anticipado a “Diablo mono”, apareció él con su jamelgo y, ante los ojos asombrados de expertos caballistas, se ubicó en la línea de partida, no sin antes empinarse, entre jinete y corcel, litro y medio del más puro y chispeante “juandolo”. Nadie lo podía creer, pero desde el pistoletazo, el híbrido de los Coba dejó rezagado al súbdito de la corona inglesa. Al  mulo ebrio le brotaron alas quinientos metros  antes de la  meta, frente al cementerio de Calamar y todo mundo  escuchó una voz adolorida suplicando: “Juaco! ¡Juaco!.. ¡Espérame por favor!”, pero creyendo era una treta  del jinete chileno, Joaquín Lucio aceleró la marcha y al coronarse vencedor miró hacia atrás y observó al Ángel de la Guarda adolorido y furioso, sacudiéndose las alas,  desprendió  del caracol de  su oreja por la irrepetible velocidad de “Vuelamasquelviento”.

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