“Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, no habrá ya para mí penas ni pruebas, y mi vida, toda llena de ti, será plena” (San Agustín): Empieza hoy una hermosa época del año en la que nos preparamos para la Navidad. Le pregunté al Niño Dios cómo quería que nos preparáramos este año y esto me dijo: “Yo vine a traerles la felicidad, el desarrollo, el progreso, la paz, la justicia y el amor, quiero que esta Navidad reciban los regalos que les traigo con tanto amor para cada uno de ustedes”. Como quería que fuera más específico sobre qué debíamos hacer, recé con el Salmo: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador”. Entonces, le cedió la palabra a su apóstol Pablo: “Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos…; Y que os fortalezca internamente... y así saber cómo proceder para agradar a Dios*. Comprendí que eso es lo principal, saber que nuestro Creador nos ama, nos cuida, nos acepta como somos y nos invita a llenarnos con su amor para así poder irradiar ese amor a los otros. Nos da fuerzas para sostenernos en las luchas interiores y así perseverar en el cumplimiento de sus leyes y podamos discernir en cada circunstancia lo que nos aleja del pecado, lo que nos ayuda a ser mejores personas y a crecer en santidad. Nos complementa luego San Lucas diciéndonos que estemos preparados para la venida del Hijo del hombre, que estemos siempre despiertos y que tengamos cuidado de no dejarnos embotar la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida.* Conmemoramos su venida al mundo pero al tiempo nos preparamos para su venida definitiva. Es necesario que aprendamos con Él a tener una vida serena, con alegría, con gozo en el corazón, sin rencores en el alma, libres de todo lo que nos esclaviza, desarrollando nuestros talentos y todo nuestro potencial con desapego a los bienes terrenos, viviendo de acuerdo a las leyes de Dios. En esta época en que llenamos las casas de luces, debemos encender las luces del alma y dejar tiempo para la oración, la meditación de la Palabra, el análisis de nuestra vida y de nuestros hábitos. Caminar más, hacer más ejercicio, purificar nuestra memoria, admirar más a la naturaleza, valorar más las bendiciones. Que cada arbolito nos represente el árbol de la vida: Jesucristo, y nos arrimemos a Él, con nuestras alegrías y penas para ofrecerlo todo por la conversión de los pecadores y la transformación de la humanidad a su amor, para que podamos conquistar una vida plena de paz y justicia. Que nuestra vida sea armónica como los cantos de navidad, en los que cultivemos la salud física, mental, emocional y sobre todo espiritual para que todo nos guie hacia el bien, el amor y hacia la plenitud de nuestro ser. Que cada pesebre, nos lleve a meditar en el amor de Dios, en la importancia de cada bebé, que lo cuidemos con amor, respetando su vida y su dignidad y ayudándolo a alcanzar su plenitud en el desarrollo de sus potencialidades. Que cada familia, sea como el hogar de Nazaret, llena de cariño, calor humano, responsabilidad, lealtad y sobre todo con Jesús en el centro como pilar de su existencia para que se nutra con amor, paz y justicia. Empecemos a cultivar el espíritu navideño desde el Adviento. Llenemos nuestro corazón de gratitud, de amistad, de generosidad, que Jesús sea el puente que nos una y nos dé un interés genuino para trabajar por el bien de todos. *(Sal 24; 1 Tes 3, 12-4, 2; Lc 21, 25-28, 34-36) *Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial. judithdepaniza@yahoo.com
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