Columna


Albert Camus

AP

07 de enero de 2010 12:00 AM

CRISTO GARCÍA TAPIA

07 de enero de 2010 12:00 AM

Este tipo, un francés de África, bien pudo nacer en mi pueblo, en la misma calle polvorienta de mi padre, ser nuestro vecino o pariente o amigo, como aún somos todos, generación tras generación, en ese pueblo que me habita. Y que yo habito como si cada día me tocara inventarlo y él se diera la licencia de dejarse inventar por mí; de caminar con mis pies, cuando soy yo el que camina con los suyos y él deja sus huellas en mí. Incluso, estoy seguro de que aquel tipo, ese francés de Argelia, si hubiese nacido en mi calle, o en otra de mi pueblo, todavía estuviera vivo o apenas recién muerto. Un poco mayor que mi padre, pero muerto a sus mismos cuarenta y siete años, siempre creí, y todavía persisto en ello, que un tipo como ese bien pudo ser de aquí y ser hijo, como cualquiera de nosotros acá, de campesino jornalero y madre doméstica y analfabeta, ambos sin mayores gracias que una bondad infinita y una devoción perpetua por la humildad. El caso es que, desde cuando supe de él, yo empecé a quererlo como si fuera uno de los nuestros y calzara con nosotros las mismas abarcas y se pusiera los mismos sombreros y se abanicara en el sopor del mediodía con el mismo abanico de palma de vino y bebiera la misma agua desde la infancia y silbara las mismas canciones y se enamorara de la misma muchacha que nos enamorábamos todos…; Incluso, su rostro tenía ese aire y coloración de nosotros, aunque era africano de Francia, igual tenía ese dejo de picardía imperceptible pero gracioso que denota cualquier cosa menos maldad y avaricia. Cuanto me hace querer al tipo y sentirlo como el vecino de nuestro patio son todas esas cosas comunes y corrientes que van perfilando una identidad que termina por incluir a los excluidos, a sentarlos en una misma mesa, a guardarles luto y consideración si se mueren, a tomarnos un trago de cualquier bebedizo y a celebrarlo con alborozo como una pascua de resurrección en la que no hay crucificados…; El 4 de enero de 1960, hace cincuenta años, murió en un accidente de tránsito el tipo que parecía de acá. Murió, como cualquier parroquiano de ahora, de vértigo, de velocidad; en una carrera por llegar a cualquier destino, probablemente eludiendo el único destino ineludible del hombre, la muerte. La noticia en los diarios no dice con quién viajaba Camus el día del accidente, es probable que fuera con Mersault y que haya sido éste, quien, excedido del límite de la angustia, haya pisado más de la cuenta el acelerador que dio en reventarlos contra el árbol de su imposible destino. Sea cual fuere la razón, Albert Camus era un tipo que con todo y su remoto origen, ya dejé dicho que era francés de África, tenía algo en común con uno. Igual pudo nacer en mi calle, tener un patio colindante con el mío y ser el padrino de uno de nosotros o de otro cualquiera de los muchachos de mi calle. De entre las múltiples posibilidades del imposible destino, bien pudo el hijo de un peón agrícola y una domestica analfabeta y casi sorda, no ser extraño entre nosotros. elversionista@yahoo.es *Poeta, escritor y periodista

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS