A mediados de la pasada centuria, Ángel Ganivet escribió que “el ideal de todos los españoles es llevar en el bolsillo una carta foral con un solo artículo, redactado en estos términos breves, claros y contundentes: “Este español está autorizado para hacer lo que le da la gana”. Eso es, exactamente, lo que durante muchos años, se ha vivido entre nosotros: abrir las compuertas al libertinaje. A la sombra de la permisión se han ido violando las reglas. Se ha instaurado el abuso como sistema y ridículas minorías, en nombre de la libertad y el trabajo, imponen sus caprichos contra los derechos de una gigantesca mayoría de ciudadanos. Para justificar el irrespeto de los espacios públicos, por ejemplo, se habla de la existencia de un problema social. Y claro que lo hay. El subdesarrollo es en sí mismo un problema social. Y somos subdesarrollados. Pero tal situación no exime a las autoridades del cumplimiento de sus deberes, entre los cuales se encuentra la preservación de la seguridad y el desarrollo urbanos. En Cartagena hemos tenido problemas de mucha mayor envergadura que los que se han esquivado por largo tiempo. Y fueron resueltos. Recuerdo que, en las afueras de la muralla de El Cabrero, atrás de La Tenaza, había tres inmensos tugurios: Pequín, Pueblo Nuevo y Boquetillo. Y fueron reubicados a principios de los cuarenta, en una época en la que el municipio ni siquiera tenía presupuesto para darles uniformes a los policías de tránsito. ¡Había autoridad! Años después se sacó de la entrada de El Espinal a una enorme multitud que vivía en condiciones infrahumanas en el “Corralón de Mainero”. ¡Había autoridad! Y un barrio entero, de innegable prosapia, situado al pie del Cerro de San Felipe, fue desalojado para rescatar el Castillo. ¡Había autoridad! Igualmente fueron trasladadas millares de familias que vivían en el fango de Chambacú. ¡Había autoridad! Y se cambió de sitio el mercado público, sin dispararse un tiro, después de setenta años de fundado, despejándose las playas del Arsenal, donde reinaban el crimen y la porquería. ¡Había autoridad! Ahora, en cambio, cada uno quiere hacer lo que le da la gana, como si se hubiera creado un pacto tácito de impunidad. Pero no se puede olvidar que existen zonificaciones para cada actividad, a fin de evitar que la urbe se convierta en una función de circo. Secuela de la crónica tolerancia es la proliferación de mercados, en el corazón de La Matuna, de ventorrillos en aceras y calles del Centro Histórico y de baños a cielo abierto. Ya la Procuraduría y más de un fallo judicial han ordenado, sin consecuencias, la desocupación y el reordenamiento de los mencionados lugares, para acabar con su postración. Pero empieza a despuntar una esperanza. Desde el Palacio de la Aduana se anuncia la iniciación de amplias obras en Chambacú y sus alrededores. Ojalá, como tantas veces en el pasado, no se quede todo en vana palabrería. Cartagena ha sido damnificada por la falta de una autoridad ejercida con firmeza. Por eso he sostenido que es imprescindible la adopción de un compromiso serio de recobrar la autoridad ausente y restablecer el orden, extraviado en la permisividad que abre las puertas al caos y el abuso. *Ex congresista, ex embajador, miembro de las Academias de Historia de Cartagena, y Bogotá, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. academiadlhcartagena@hotmail.com
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