Emmanuel Kant (1724-1804), el pensador más riguroso de la ética en el Occidente moderno, hizo, en su Fundamentación para una metafísica de las costumbres, una afirmación grande: «No es posible pensar algo que, en cualquier lugar del mundo e incluso fuera de él pueda ser tenido irrestrictamente por bueno, sino la buena voluntad». La buena voluntad es el único bien que es solamente bueno y no merece restricción. La buena voluntad es sólo buena o no es. Hay aquí una verdad con consecuencias graves: si la buena voluntad no es previa a lo que pensamos y hacemos, es imposible crear una base común para todos. Si lo malicio todo, si todo lo sospecho y confío en nadie, será imposible construir algo que nos congregue a todos. Sólo con la buena voluntad de todos puedo construir algo bueno para todos. Por ello alzo la voz al Concejo de la ciudad y a nuestra Alcaldesa y recojo el grito elevado desde cada baluarte: “Es la buena voluntad el factor principal de unión de todos de cara a una respuesta que supere los desafíos que interpelan nuestra ciudad”. Si no hay buena voluntad en las mayorías cartageneras, no encontraremos una salida inteligente y amorosa a la crisis social y de violencia del año que terminó. Sin la buena voluntad de la gran mayoría ciudadana, difícilmente la Mariamulata podrá seguir volando, y si ella vuela en la dirección justa, ningún cartagenero tendrá un vuelo rastrero. La buena voluntad es la última tabla de salvación. La enseñanza de Copenhague fue calamitosa. La casa común parece no dolerle a nadie a sabiendas de que nos cortarán el agua. Vivimos en permanente estado de guerra mundial. A nuestras fronteras cercanas no falta quien las quiera incendiar. El Papa y el Dalai Lama perseveran en sus exhortaciones, las élites intelectuales ya no escriben sino gritan, y la tecnociencia ve con tristeza como lo que produce, todavía no ayuda al mayor bien de la humanidad. ¿Cuál es la llave para una salida decente y respetuosa? Si descontamos la opinión de los esotéricos, que esperan soluciones extraterrestres, en realidad dependemos únicamente de nosotros mismos. Cartagena reproduce, en miniatura, la situación dramática mundial. La llaga social producida en toda una historia de desatención a las necesidades de nuestra gente significa una sangría incontenida. Con todo respeto, creo que las élites de Cartagena y Colombia nunca han pensado una solución como conjunto, sino para ellas. Están más empeñadas en defender privilegios que en garantizar derechos para todos. Entonces, si la buena voluntad es tan decisiva, es un deber suscitarla en todos. En un riesgo, cuando se hunde el Titánic, todos, hasta los egoístas, deben ayudar con su buena voluntad. En el caso de Cartagena: los ciudadanos no deben ser mirados sólo desde el punto de vista de los intereses en conflicto, sino en su capacidad de mostrar buena voluntad. Todos aquí disponemos de este capital inestimable. Si cada uno quisiera, de verdad, que Cartagena saldría adelante. Con la buena voluntad de todos Cartagena efectivamente saldría adelante. Hago dos propuestas. Que nuestra clase dirigente salde la hipoteca de buena voluntad que le debe a nuestra gente y que en cada rincón de la ciudad, la autoestima sea un llamado a la buena voluntad. *Sacerdote y sociólogo, director del Programa de Desarrollo y Paz de los Montes de María.
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